(Getty Images)
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¿Pueden los blancos en el Perú ser víctima de racismo? La semana pasada una chica estaba muy contenta porque gracias a su colchón antiolores no importaba que su algo sucia y apestosa compañera de casa siempre se echara en su cama. La publicidad, problemática en cualquier caso al usar la humillación para vender un producto, se volvió racista cuando se decidió que la apestocita, Valeria, sería interpretada por una mujer negra.

Luego de las críticas Saga quitó el video del aire. Sin embargo, también hubo comentarios que aseguraron no entender por qué la alharaca. Exageraciones de los políticamente correctos. ¿Acaso –se preguntaban algunos con más ironía que duda real– si Valeria fuese blanca tantos hubiesen alzado la voz?

Si algo bueno se generó de todo esto es que abrió la puerta a una serie de discusiones sobre racismo en el Perú. Entre ellas, una pregunta que se repetía en redes sociales me llamó la atención: ¿es que no existe también racismo contra los blancos? ¿No pueden los grupos privilegiados ser a veces víctimas? Algunos sectores de la academia creen que sí. Bajo esta concepción, quien decide no alquilarle una casa a otra persona solo por su color de piel (sea este negro o blanco) es racista. Sin ir muy lejos, la página Alerta contra el Racismo del Ministerio de Cultura discute el concepto del “racismo al revés” y sostiene que la “discriminación y el racismo no tienen una dirección, es decir que cualquier trato diferenciado que se base en motivos raciales es racismo y no tiene justificación.”

Hay, sin embargo, un sector importante del debate –con el que coincido– que dice que los grupos privilegiados no sufren de racismo; que el racismo es algo más que el mero prejuicio. Y aquí tomo las palabras de T.M. Scanlon, uno de los filósofos morales contemporáneos más importantes. Él nos insta a pensar en el racismo como un comportamiento que involucra prejuicios muy particulares, que tienen dos componentes básicos: son prejuicios compartidos ampliamente en la sociedad y cuya actuación y expresión suele tener consecuencias serias. Solo podemos hablar de racismo cuando la persona perjudicada es miembro de un grupo desventajado, víctima de denigración y exclusión extendida. El racismo al revés, entonces, se vuelve una contradicción en los términos.

Esta forma de entender la discriminación racial no significa, por supuesto, que no habrá ocasiones en las cuales una persona blanca en el Perú sea tratada de manera negativa por su color. En algún contexto alguien le lanzará un insulto que resalte su piel, no votará por él en las elecciones o le subirá el precio del viaje en taxi. Pero, como lo sabe cualquier persona que vive en el Perú, lo que para esa persona privilegiada muchas veces es un episodio que, aunque sin duda condenable, es aislado, para una persona negra en el Perú es parte del día a día. Usar la misma palabra para describir fenómenos tan diversos, ¿no es acaso vaciarla de contenido?

De hecho, para entender de qué hablamos cuando hablamos del racismo del que fue víctima Valeria, no basta ver la publicidad. No basta ver como la narradora sin nombre es sinónimo de limpieza y pureza, mientras que Valeria es suciedad y mal olor. Hay que pensar que todas las Valerias afroperuanas han sufrido de estos estereotipos durante su historia; una historia que ha ligado su color de piel a la suciedad y que ha entendido ese pelo ruloso como un desorden que debía ser “domado”. Hay que pensar que esta discriminación la han vivido en su escuela (22% de adolescentes sostiene haber sufrido allí discriminación, seis puntos porcentuales más que los no afroperuanos) y en los centros de trabajo o espacios públicos (más del 39% asegura haberse sentido discriminado en estos lugares). Hay que pensar que para ellas, y ellos, postularse a los centros de trabajo es enfrentarse a estereotipos, menores sueldos y más obstáculos para ascender.

Podría seguir, y debería. Porque solo entendiendo el contexto en el que apareció el ya famoso video es que entendemos por qué es racista. Entendemos que está reforzando una idea que existe en la población y que el hacerlo tiene consecuencias. Hablando de las políticas públicas, Scanlon asegura que “la decisión de negarle importantes bienes o servicios a miembros de los grupos discriminados (…) está moralmente mal incluso si la decisión no expresa un juicio de inferioridad de parte de quien la toma. Está moralmente mal incluso si se hace por flojera”. Detrás de este video pudo haber buenas intenciones. Quizás pensaron, ‘qué bien, estamos dando cabida a personajes que no son blancos’. Quizás, pero no importa.

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