(Foto: GEC)
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El primer mensaje a la nación del presidente Castillo discurrió claramente por dos grandes carriles: uno político-institucional y el otro, económico. En el primero de ellos, fue notoria la insistencia en cambiar la Constitución.

Aunque reconoció que cualquier reforma tendrá que pasar necesariamente por el Congreso, luego fue como si hubiera pasado a leer el discurso que le hizo Vladimir Cerrón al hablar de una eventual Asamblea Constituyente que no podía supeditarse a los gobernantes o poderes de turno, aventurándose incluso a detallar una posible composición de la misma.

Otra contradicción notoria fue cuando mencionó la lucha contra la corrupción. ¿Se puede hablar de la lucha frontal contra este flagelo cuando se es incapaz de hacer un deslinde con el dueño del partido con el que llegó a la presidencia? Es decir, alguien que no solo está sentenciado precisamente por ese mismo delito, sino que, además, enfrenta innumerables investigaciones por denuncias de distinto calado, entre las que destaca el lavado de activos. Cabe esperar nomás que, al referirse a una revisión de las leyes sobre los delitos de corrupción –una competencia del Poder Legislativo, por cierto–, no tuviera al jefe de Perú Libre en mente.

En el plano económico, hubo un chorro de promesas de corte populista, en todas ellas ofreciendo millones y millones de soles para apoyar a gobiernos regionales, pymes, rondas campesinas, maestros rurales… pero sin especificar en ningún momento de dónde saldrán esos fondos, pues el presupuesto del Estado no se puede estirar como un chicle, salvo que piense recurrir a la infame ‘maquinita’, con las consecuencias que los peruanos de cierta edad conocemos de sobra.

Causó inquietud, eso sí, con las nuevas condiciones que anunció para el desarrollo de proyectos mineros de gran envergadura, sin descartar la eventualidad de que yacimientos importantes pudieran quedar paralizados si no se llegara a acuerdos alineados con ese esotérico concepto que llamó “rentabilidad social”. Un vacío ciertamente preocupante.

Así, entre tanto relleno de dudosa solidez, brilló por su ausencia una mención puntual a su estrategia para continuar –o mejorar– el plan de vacunación de los peruanos, pues, a pesar de que el gobierno saliente le ha dejado dosis inmunizadoras en abundancia, los especialistas insisten en que no se puede bajar la guardia del todo.

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