(Foto: EFE)
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Estoy por unos días en Uruguay. Mañana son las elecciones presidenciales. ¿La propaganda tapa la vista del paisaje? No, se coloca en edificios altos y, si está a la altura de las personas, es en tamaños realmente pequeños. Hay jóvenes en las calles de Montevideo, vestidos de distintos colores, entregando volantes con propaganda electoral. El partido equis junto al ye o al zeta sin atropellarse, sin lanzarse huevos, táperes, chicharrones ni insultos. Sin acosar al peatón.

Odio comparar, pero le comentaba a mis compañeras que, en mi país, esto de convivir con agrupaciones políticas distintas en el mismo lado de la vereda sin atacarse sería imposible. Que los vulgares letreros taparían toda posibilidad de horizonte. Que la inversión privada en campañas, a cambio de favores, se notaría al instante.

El popularísimo expresidente Mujica se lanza como senador y no dudo que ganará. ¿Es un genio? Nadie lo es. Pero es auténtico, es consecuente. Su vida privada refleja su ideología: la convicción de que la felicidad no está en la acumulación y que donde hay desigualdad no puede hablarse de libertad. Y que quien usa el poder para enriquecerse, mata a quien lo eligió.

No quiero más, para mi país, esa propaganda chusca y descarada, esos viajes por el interior para mentir a los más olvidados, esa complicidad entre constructoras, farmacéuticas y bancos para cobrar lo que les dé la gana por productos y servicios que no son opcionales sino vitales. Una de mis compañeras de viaje, chilena, me comenta que, entre los temas que han gatillado las protestas en su país, está la colusión entre fabricantes de papel higiénico. Y, claro, hay carencias que no son importantes y otras que necesariamente convierten al ser humano en un monstruo que reclama sin piedad. Que el metro suba treinta pesos puede joder, por muy poco que esto sea, pero si además pagas tus impuestos y luego no puedes curarte, alimentarte ni limpiarte el culo siquiera, la cosa inevitablemente reventará.

No importa si Verónika Mendoza es de izquierda, derecha o centro, lo que importa es que se ha aliado con un homofóbico, xenófobo y misógino, que no respeta libertades. Tampoco importa que Piñera sea un empresario exitoso, lo que importa es que no sabe lo que es depender del transporte público, ni de la salud pública, ni tiene idea de lo que es no tener papel higiénico. Solo el que es consecuente es libre de predicar aquello en lo que cree, porque lo vive y sabe qué funciona, o qué no funciona. Lo demás es el cuento de siempre, el abuso de poder, el discurso que subestima a la gente y a su capacidad de reaccionar.

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