Uruguay. De aprobarse el proyecto, Argentina, país del papa Francisco, se convertiría en el tercero de América Latina con aborto legal, sumándose a Cuba y Uruguay. También se permite en la Ciudad de México.| Foto: EFE
Uruguay. De aprobarse el proyecto, Argentina, país del papa Francisco, se convertiría en el tercero de América Latina con aborto legal, sumándose a Cuba y Uruguay. También se permite en la Ciudad de México.| Foto: EFE

El tema de fondo en el debate acerca de la legalización del aborto en casos de violación no es la defensa de la vida. Si lo fuera, quienes se oponen serían los primeros en adoptar a esos niños no deseados. Pero obviamente no quieren, pues no se bancan a una criatura producto de un acto sexual violento, menos al hijo de una madre “desnaturalizada” que no lo desea. El sentimiento de fondo –venga de hombres o mujeres– es puro purito machismo. Un machismo prehistórico, aparentemente, pero que también forma parte de nuestra cultura más reciente.

Hasta hace solo 27 años, en 1991, aún tenía vigencia el Código Penal de 1924, donde la violación no era mencionada como un delito contra la libertad sexual, sino contra el honor sexual. Así, las mujeres casadas y las prostitutas no tenían manera de invocar a la protección legal, porque ya habían perdido el “honor sexual”. Esa figura cambió con la Constitución del 91 y hoy una mujer casada puede, en teoría, denunciar el abuso de su propio esposo, lo mismo que una prostituta, de un eventual cliente. Solo en la teoría. En la praxis, los fundamentos de jueces y fiscales siempre irán por la línea de “no te hagas la estrecha”. Y esa es la principal motivación para obligar a una mujer violada a tener a su hijo. Tuvo sexo, que se joda. No olvidemos, nunca, que una virgen no puede tener hijos, ese es un cuento atávico para salvar a la madre de Jesús de perder el honor, ese es el requisito para respetarla.

Lo más desigual que tiene esta mentalidad ultramachista y punitiva es que se castiga el placer; por tanto, algo que debería verse como una virtud, es visto como un vicio, por todo tipo de reprimidos. Pero la ironía máxima –y este es un asunto biológico innegable– es que para la concepción se necesita, sí o sí, que el hombre llegue al clímax; la mujer, en cambio, puede preñarse igual, pese a insultos y golpes. Estamos jodidas.

Otro aspecto curioso de este mundo al revés es el moderno ejercicio de la reproducción asistida, donde las parejas pueden recurrir a la fecundación in vitro, con varios embriones que antes de ser introducidos en el útero pueden ser analizados genéticamente, dando paso a la posibilidad de escoger, queremos dos, uno, queremos hombre, mujer, queremos a este que tiene menos posibilidades de enfermarse por su carga genética, etc. Y así los embriones descartados van eternamente a una congeladora. Y nadie se indigna por eso. Yo tampoco, pues celebro que una madre tenga la libertad de escoger. Y parte de esa libertad es no tenerlos. No es no.

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