César Hinostroza cuestionó también el informe de acusación constitucional por no decir "quién es la 'señora K'". (Video y Foto: Congreso)
César Hinostroza cuestionó también el informe de acusación constitucional por no decir "quién es la 'señora K'". (Video y Foto: Congreso)

Mi abuela hubiera cumplido 104 años la próxima semana, pero el cansancio se la llevó hace menos de un mes. La consciencia es nuestra capacidad de percibir la realidad y la conciencia, sin ‘s’ intermedia, es el conocimiento moral del bien y el mal. En mi abuela esas virtudes eran esenciales. Ella tenía los pies en la tierra. Siempre. Era una guerrera siempre alerta. A sus 100 años todavía la encontraba viendo noticieros de señal abierta, esas noticias feroces, o leyendo el diario, tanto que cuando perdió la vista seguía escuchando la televisión y pedía que le leyeran el periódico. Un día como hoy, ya centenaria, me hubiera dicho: “Qué te parece, hija, este Hinostroza, este caradura, defensor de violadores, ladrón, con la arrogancia que se presenta al Congreso, como si nada, no sé cómo puede haber gente así, tan mala, tan corrupta. Y todos estos jueces, qué me dices, gente sin valores, qué daño hacen, Dios mío, qué falta de humanidad”.

Yo sentía miedo al escucharla, como si se me helara la sangre de pronto, porque prefería estar en mi mundo que conectar con la vida, tal como es. Una vez escribí: “La realidad nacional es más de lo que puedo soportar en estos días”. Me refería a ese sentimiento, de cuando no se puede más con el mal uso del poder y la criminalidad. José Carlos Yrigoyen, un crítico literario muy respetado, se burló de esa frase porque la consideró como de limeñita aniñada o algo así. Pero fue un prejuicio o una simple falta de olfato lo suyo, pues no creo tener un pelo de eso. Lo cierto es que mi abuela conectaba todos los días con lo que ocurría aquí y ahora, lo comentaba y lo discutía, brevemente, pues a ella no daban ganas de contradecirla. Era una líder natural (reviviría para cachetearme si la llamo “lideresa”). Una mujer austera, sobria y elegante hasta la muerte.

Una tarde en la que estaba yo especialmente sensible, le pregunté, casi increpándole, que cómo aguantaba mirar tantas malas noticias, y le dije que la admiraba por su fortaleza. “Amor, las cosas no van a dejar de pasar porque tú dejes de verlas”.

Nunca olvidaré esa frase tan contundente, tan exigente, tan consciente. Iba a decirle que tampoco iban a dejar de pasar por el hecho de saberlas, pero sentí que era una respuesta muy cobarde, y me quedé callada. Desde entonces intento saber más acerca del mal uso del poder en general y del abuso en particular, asociados ambos a la ilegalidad absoluta, no por la ausencia de leyes (tenemos miles) sino por la ausencia del Estado y, cómo no, de todos nosotros.

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