Ni una menos
Ni una menos

El título de este texto parafrasea lo más pobre que se dice en estos días tan conflictivos, por la inverosímil pataleta que experimentan los aludidos –hombres en su mayoría– ante la necesidad de millones de personas –mujeres y niños en su mayoría– de dejar claro que el Perú es el tercer país más violador del mundo. El dato es firme y es resultado de un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El hashtag #PerúPaísDeVioladores genera tanta rabia en algunos, que si una mujer lo dice públicamente, la emprenderán contra ella con la misógina amenaza de crear el hashtag #PerúPaísDePutas. Rarísima respuesta.

Una prostituta es una mujer que ofrece servicios sexuales a cambio de dinero y, si bien su actividad no se ha legalizado en el Perú por presión de católicos y evangélicos, lo categórico es que su oficio o pasión no atropella, no viola, no violenta, no se hace a la fuerza, no arremete, no mata, no genera un trastorno psiquiátrico, no victima. Y lo mismo pasa con los prostitutos. Hace unos años, de vacaciones en Cancún, se me acercó un local de la playa a ofrecerme sus servicios. No le respondí nada porque no me interesa ese tipo de intercambio, pero no porque el “puto” haya sido violento, abusivo u ofensivo. Para nada. Entonces la comparación, obviamente, no funciona. Y además es mentira, en el Perú hay más violadores que putas y la ley los persigue incluso menos que a ellas. Lo que se ha dicho últimamente en calles, plazas, radios, diarios, redes sociales y hogares es una verdad que duele como un pelotazo en la nariz. Mientan y digan que no son tantos, suplican algunos.

Otra reacción extremadamente pobre ha sido la de llamar a las indignadas “feminazis”, e incluso decirles “qué culpa tengo yo de que tu papá y tus hermanos te hayan violado”... Error y mala entraña. Somos miles a las que ningún hombre, mucho menos un familiar, nos ha violado jamás y, sin embargo, eso no hará que callemos. No, esta vez no hace falta haber sido abusadas, porque la mayoría de mujeres peruanas, adultas y niñas, conocemos y queremos a alguien que ha sido violada. Y eso es suficiente. Cualquier otra reacción de nuestra parte sería mezquina. Es toda una vida callando, y el cambio va a tomar un tiempo más, pero no importa, quien espera lo mucho, espera lo poco.

No cerraré esta idea sin una mención justa y necesaria: como siempre ha sido, hay millones de hombres peruanos, valientes y solidarios, que están dispuestos a dar la batalla. A ellos nuestra total gratitud.