A pocos días de la Navidad, aun hay personas que no efectúan sus compras navideñas. (Foto: GEC)
A pocos días de la Navidad, aun hay personas que no efectúan sus compras navideñas. (Foto: GEC)

Soy de las personas a las que la Navidad las pone paranoicas. Me asusta el exceso de todo, de tráfico, de personas, de aviones, de taxis, de bolsas, de cajas, de pequeñas camionetas repartidoras de cosas, de fiestas empresariales de fin de año donde la gente se lo toma todito y luego maneja, choca, grita, sigue manejando y compra, llama a preguntar tallas para comprar regalos. Las notificaciones del teléfono bombardean, la música se vuelve estridente, las luces se queman, los cohetones nos queman, la prisa es más prisa, el acoso comercial es más acoso, el ladrón es más ladrón, las familias disfuncionales lo son más que nunca, los empleados soportan gorros polares bajo veintitantos grados de calor, la nieve es falsa, los choferes de combi manejan peor que nunca y, si además es año de elecciones municipales, tendremos que soportar al mediocre funcionario que se apura en romper pistas porque, uy, esto estaba presupuestado y no se ha hecho, hermanito, licitemos al toque y hagámoslo, entonces a demoler se ha dicho, a arriesgar la vida de todos, a apoderarse de calles y veredas, porque uno está trabajando, no robando, pues, señora.

Y en medio de ese circo de ansiedades que explotan en direcciones distintas, subyace el temor a que los guasones de siempre aprovechen el ánimo magnánimo, regalón y chelero para meternos la yuca con leyes con nombre propio, indultos, destituciones y nombramientos de personas cuyo mérito es tan escaso, que requieren pasar desapercibidas e incluso ser ocultadas, mientras millones de entusiastas celebran el cumpleaños de Jesús, sin nombrarlo siquiera, enfocados en nacimientos con reyes magos que traen regalos a un niño con corona. Pero Jesús era un niño muy pobre que necesitó una justificación divina para su venida al mundo, por alguna razón en la que sería bueno profundizar. María dejó de ser virgen y fue madre. Es un hecho. Lo que cabe es preguntarse por qué necesitó inventar que su hijo era un fruto divino. ¿Quizá iban a apedrearla por adúltera en un contexto de pobreza extrema donde la ignorancia era feroz? ¿O fue abusada por alguien que la amenazó con matarla si abría la boca? Esa es la historia que me interesa. Y esa historia no le quita, a la madre de Cristo, belleza, bondad, ni capacidad de amar. Por el contrario, la hace más humana y, por tanto, más real. Y a Jesús más mundano y, sin embargo, absolutamente bondadoso, pacifista, sabio y capaz de mover energías mágicas, milagrosas, imposibles de explicar. Prefiero dejar el cuento a un lado y reflexionar. El desprecio por la mujer en cuanto ser sexuado es criminal. Y lo ha sido desde siempre.

Necesitamos evolucionar.

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