Atentado de Tarata: 16 de julio de 1992. (Archivo/ElComercio)
Atentado de Tarata: 16 de julio de 1992. (Archivo/ElComercio)

Heddy Hönigmann es una cineasta peruano-holandesa que hizo un documental sobre la Lima de los 90. Metaal en Melancholie (Metal y Melancolía) se estrenó en Europa en 1993. Cito textualmente la sinopsis que publicó este año la Casa Peruana de la Literatura: “Conducir un taxi en Perú casi siempre es un segundo trabajo. A comienzos de la década de los noventa, el Perú sufrió por inflación, corrupción y violencia política de Sendero Luminoso, una organización terrorista. La clase media la pasaba mal y muchos convirtieron sus coches en taxis, esperando conseguir un ingreso extra. En su película, Heddy Hönigmann, acompañada por un camarógrafo y un sonidista, es conducida por un profesor, un funcionario del Ministerio de Justicia, un actor y una policía. Todos ellos cuentan historias sobre su vida y su automóvil, pero también sobre su situación financiera, sus relaciones y las penas pequeñas y no tan pequeñas que tienen en sus vidas”.

El terrorismo se redujo a su mínima expresión, es cierto. Pero inmediatamente después vino otra guerra civil por quién tenía el poder y quién negociaba por lo bajo con quién, y una mortal alianza de protección mutua entre la cúpula de poder y el narcotráfico, tráfico de armas, tráfico de influencias, extorsión, intimidación y tiranía permanente. Paranoia, el país entero pegado a su televisor, esperando el siguiente escándalo, irritado, distraído de lo realmente importante, postergándolo todo, asumiendo como un lujo cualquier posibilidad de bienestar y paz. Chuponeos y videos hechos con cámaras ocultas, miles. Muchos de ellos están muertos o presos y viejos, y algunos intentan sopesar la visión crítica hacia sus excesos, ilegalidades y violencias, otros no la reconocen. Los políticos, militares, terroristas y narcotraficantes de los noventa estaban en guerra todo el tiempo. Y nosotros no queremos más su guerra, porque a la larga siempre pierden y con ellos perdemos todos, y mientras tanto, la justicia nunca llega para quien realmente la necesita. Keiko no fue a la cárcel, qué bueno por su familia, pero el país no avanzó por desenredar el tallarín saltado de siempre.

Tuve la suerte de ver completo el documental que cito líneas arriba, dos veces. Son los noventa desde la mirada de los taxistas de Lima. Una ciudad llena de tierra, sin jardines, con zonas de fosas comunes llenas de cuerpos de adultos y niños, y mucha gente cabizbaja, temerosa de que lo peor esté aún por venir. Gente que no está triste ni feliz, sino en una especie de resignación paupérrima, como esa frase tan limeña que dice: “... ¿a nada?...”. No los quiero en la cárcel, simplemente dejen de insultar al país entero con su absoluta incapacidad de servir sin dañar. Y si no, váyanse.

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