María Luisa del Río: Sendero friendly

“Con los sueldos miserables, los reclamos son legítimos, pero el problema exige soluciones académicas y económicas, no políticas”.
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La huelga de profesores denota una pobreza muy grande en la calidad educativa. Para ser maestros requieren de un título, pero ese título podría haberse obtenido en universidades o institutos superiores que también son muy pobres o que no están regulados. Bajo esas condiciones y con los sueldos miserables, los reclamos son legítimos, pero el problema exige soluciones académicas y económicas, no políticas. Politizar el problema es zurrarse en los niños. Son ellos los que pierden clases. Son ellos los que ven un texto con faltas de ortografía en la pizarra, muchas veces escrito por el propio profesor, y creen que es correcto. Como si eso fuera poco, con el Movadef metido en el magisterio, los niños crecerán pensando que simpatizar con Sendero Luminoso es una opción válida.

En un contexto de total desventaja para los niños, la intromisión del Movadef en la educación es un crimen, así como la de los congresistas que han transado con la fachada política del terrorismo. No olvidemos que quienes ahora son capaces de pactar con quien sea con tal de bajarse a la ministra (una especie de Barbie arrinconada por una manada de sajinos, ciertamente) son los mismos que boicotearon la nueva Ley Universitaria, que busca mejorar la calidad de la educación superior. De modo que en medio de ese juego político disruptivo, cínico, bajo, lo único que les queda a los maestros, por más pobres y desatendidos, es demostrar su calidad humana.

Uno de los aspectos más importantes de la evaluación es la vocación. Un maestro con vocación puede tener faltas de ortografía pues, por muy grave que eso sea, se resuelve con esfuerzo y compromiso. Pero si no tiene vocación, lo justo es que dé un paso al costado. Ahora bien, felizmente la falta de vocación tiene patas cortas cuando se prenden las cámaras adictas a la mecha, y empieza el show: “Si como maestros no nos permiten botar a los niños que no rinden, ¿cómo nos van a botar a nosotros por desaprobar tres veces la evaluación?”, grita Pedro Castillo, con lágrimas de cocodrilo. Todo indica que Castillo, el líder de la movilización, se percibe a sí mismo como un niño inocente y desvalido, de lo contrario no podría declarar semejante huevonada. En todo caso, lo que necesita el dirigente con alma de niño es un cachetadón, lejos de un partido que lo apañe. Lo cierto es que una persona con vocación de maestro jamás se victimizaría con un argumento tan cobarde. Y una bancada con vocación de servicio jamás se compraría ese patético show.

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