Alan García: “Dejo mi cadáver como una muestra de desprecio a mis adversarios"
Alan García: “Dejo mi cadáver como una muestra de desprecio a mis adversarios"

Facebook es cada día más empalagoso y falso. Sus usuarios son felices, aman a los animales, denuncian el mal comportamiento de los demás, enarbolan banderas políticamente correctas, tienen familias perfectas y funcionales, sus bebés son hermosos, sus viajes alucinantes, sus puestas de sol son de cine. Pero la vida, felizmente, no es tan feliz, porque si la absoluta idealización del bienestar es capaz de idiotizarnos tanto, entonces no quiero imaginar los niveles de frivolidad a los que llegaríamos si no tuviéramos problemas. La cultura occidental es hipócrita y Lima lo ha sido siempre, desde las plañideras que se contrataban hace siglos para que lloraran en los funerales. Impedidos de ser auténticos, no solo ocultamos nuestros fracasos, además criticamos al que no sufre como corresponde. La única fiesta patronal llorona y penitente es la del Señor de los Milagros, que curiosamente nace y se propaga en Lima, mientras que en los Andes, a los santos y vírgenes se les celebra con borrachera, baile, risas, despilfarro y todo tipo de sacrilegios, inimaginables en medio de una multitud culposa y morada que pide perdón y milagros.

Viví en la selva norte varios años, en medio de comunidades awajún que no habían sido arrasadas por la Iglesia católica, al menos no en su cosmovisión, y fui testigo de una cultura auténtica, guerrera, desprovista de culpa y etiqueta. En lugares tan alejados, un niño con cuarenta grados de fiebre puede morir por no ser atendido a tiempo, y muere, como le pasó a Maicol, de cinco años, el hijo de Juan Micayo, mi compañero de trabajo. Una mañana vi a Juan llegar al puerto en canoa, cargando el cuerpo de su niño dentro de una bolsa plástica negra. Obviamente el hombre lloraba desconsolado, lo mismo que la madre y los hermanos. Velamos a Maicol en la chacra de Juan sobre una mesa, mientras cavábamos un hueco para enterrarlo. Su madre y su abuela lloraban y cantaban. Luego bajamos el cuerpito, lo tapamos con tierra, le echamos flores, comimos carne de monte, tomamos masato, nos emborrachamos, bailamos y reímos mucho, celebrando la vida, así como es, con su trago dulce y su amargo. Jamás había visto un entierro tan real, tan natural y sobre todo tan íntimo, libre de prejuicios. Estaré eternamente agradecida por la experiencia. Crecí.

Cremaron a Alan García y se filtró una foto de sus hijos abrazados y sonriendo –después de haber soportado diez días de masacre social, moral, política, mediática y pública en extremo–, aliviados, en todo su derecho. Los comentarios de quienes publicaron la foto son sancionadores, que por qué sonríen, abusivos, así no se sufre. La condena moral desde una ridícula tribuna, hasta el último minuto.

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