Grandes éxitos. (AFP)
Grandes éxitos. (AFP)

Han pasado 36 años desde 1981, año en que Perú clasificó al último Mundial al que pudo llegar, España 82. Nuestros jugadores no se hacían peinados raros ni se tatuaban, no ganaban millones y usaban uniformes simples, cortitos, luciendo unas piernotas. No existía la Internet, solo unos pocos canales de televisión y una vida preglobalización donde el intervalo entre desear algo y tenerlo era largo y exigía un enorme esfuerzo. No entrabas a YouTube a buscar la canción que querías, ni la atrapabas gracias a Shazam, mucho menos te la apropiabas. La canción que te gustaba la conocías por la radio y llamabas a la emisora desde tu fijo a suplicar que la pusieran otra vez, pero sin interrupciones comerciales para grabarla en un cassette.

Perú fue al Mundial en 1982 y los niños de entonces esperábamos que salieran los álbumes de stickers con los jugadores de todo el mundo para correr a los quioscos. Ese mismo año ocurrió el asalto de la cárcel de Ayacucho por parte de Sendero Luminoso, logrando liberar a 70 senderistas y 304 presos comunes que aprovecharon para huir. Era el primer ataque estratégico del grupo terrorista. Estábamos hasta las huevas, pero fuimos al Mundial.

Hoy el escenario es más glamuroso, un gol puede verse mil veces en las redes, los hinchas conocen al detalle la vida de sus jugadores preferidos y se dan el lujo de chotear a ciertas revistas, diarios, canales de TV, etc., para elegir consumir el fútbol que ellos quieran, a la hora que quieran, muchas veces sin costo alguno. Esto es bueno. Soy una convencida de las ventajas de la tecnología, que nos hace la vida más fácil, con más opciones, menos cara, permitiéndonos ser más generosos y compartir.

Todo ha cambiado, salvo lo que un partido de fútbol requiere para que merezca paralizar a un país. Estamos hablando de esfuerzo, desahuevina, disciplina, piernas, garra y purito corazón. ¿Por qué, sino, Perú juega mucho más rico delante de 30 millones de hinchas que en un estadio frío de Wellington? Nuestra selección ganó porque entró a chambear y no a florear, y aun así –pues antes que nada somos peruanos– lo hizo bonito, a ritmo de zamacueca o de lo que cada quién quiera, pero bien bailado. Farfán rindiendo tributo a Guerrero con su gol fue un subidón. Luego, como era de esperarse, la noche se hizo larga y los modales fueron cayendo en desuso, el goleador recibió un puñete gratis de un hinchapelotas y le respondió con un tacle... cansado, quizá, de ser el ídolo infalible que el Perú necesitaba para salir de 36 años de penosa agonía. Bien pateado.