Fuimos también a la comunidad de Arcospampa, a diez minutos en auto desde la mina, donde entrevistamos, en medio de una polvareda, a Agustina Llusca, viuda de Beto Chahuayllo, quien acababa de morir en una protesta masiva. Beto trabajaba para una empresa subcontratada por Las Bambas para la etapa de construcción, y tenía la ilusión de mandar a los hijos a estudiar a Cusco y darles un futuro mejor. Cualquier futuro es mejor, pensé, cuando entramos a casa de Agustina, de un solo cuarto y con dos camas muy juntas sobre el piso de tierra, para siete personas. Agustina apretaba un fotochek de Beto mientras decía que su esposo seguía trabajando para la mina cuando lo baleó la Policía, pero igual se unió al paro porque los animales de su comunidad se estaban muriendo por la contaminación. Luego dijo algo en quechua y corrió a cargar una oveja que no podía tenerse en pie. Ella no pudo probarme que la enfermedad de su oveja era responsabilidad de la mina, pero no necesitó probarme que su nivel de pobreza era extremo.