(USI)
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Ayer se celebró el Día del Café Peruano con cientos de actividades que promueven el consumo interno para un país, como el nuestro, donde la producción y fama mundial de nuestros granos es cada vez mayor; sin embargo, nuestro consumo no supera su marca promedio de un kilo por persona al año.

El café peruano se planta en 17 regiones, 67 provincias y 338 distritos del país, dando trabajo a más de 200 mil familias de pequeños caficultores. Pero el asunto del consumo interno no es precisamente el que preocupa a nuestros productores por estos días, sino una caída considerada histórica en el valor del grano, que ha traído a la celebración un sabor amargo, pues su negocio es exportarlo.

Tradicionalmente, en agosto comienza a subir el precio del café, por el fin de la cosecha brasileña, y es una buena época para vender la producción existente, pero esta vez eso no ha ocurrido. Esta semana, el precio internacional del café registró una baja de un 21% en el precio por saco en la Bolsa de Nueva York y se prevé que continuará descendiendo. Esa caída agrava la crisis de los cafetaleros, expresada en agobiantes deudas acumuladas y ausencia de apoyo oficial suficiente. Además, un flujo anómalo de lluvias en el sur y centro del país afecta las plantaciones al reavivar al hongo de la roya amarilla y del ‘ojo de pollo’.

“Acumulamos pérdidas varios años, y no vemos otra salida que abandonar el cultivo del café y migrar a las ciudades a buscar trabajo, porque tampoco tenemos alternativa de otros cultivos, salvo la coca”, ha dicho Tomás Córdova, presidente de la Junta Nacional del Café.

Y he aquí la palabra mágica: la coca, potencial vecina de todas las plantaciones de café del Perú por crecer en la misma geografía y altitud; la coca, tan fácil de criar, tan resistente a plagas, inmune al cambio climático, tan estable en su demanda mundial, tan destructiva para el suelo de nuestra selva, tan ilegal, tan violenta.

En 2010, el café Tunki del puneño Wilson Sucaticona ganó un premio al mejor café del mundo en Francia. Wilson volvió al Perú y se hizo famoso. Parte de su mérito era, y es, resistir con el café, pese a ser mucho más trabajoso y caro que el cultivo de coca, en una zona amazónica de Puno donde los cocaleros no quieren que otros se dediquen a cultivos legales, porque les queman la plaza. Pero el reconocimiento solo fue simbólico, Wilson sigue luchando solo contra plagas, falta de caminos afirmados para sacar su producto, corrupción de autoridades a favor de los cocaleros, etc. La eterna ausencia del Estado.