Chabuca Larco.
Chabuca Larco.

Un día antes de Navidad nos dejó Chabuca Larco. Se fue de manera discreta, sin querer molestar a nadie. Así era ella, gentil y preocupada por los demás. Se entregó al extraordinario acervo prehispánico que le legó su padre, lo enriqueció y lo hizo florecer gracias a la emoción buena que la habitaba.

Hoy el Museo Larco Herrera es considerado el mejor del Perú y vaya que es único. Puso en valor la belleza y la elegancia de la casa hacienda y le dio su lugar debido a las hermosas piezas que alberga. El visitante se siente partícipe del mundo moche de manera cabal. La cantidad de ceramios que tiene el Museo Larco es impresionante, desde los rituales que nos hablan del cangrejo-dios y otras figuras míticas, hasta los que representan alimentos propios de las culturas norteñas. Las fantásticas piezas de plata y oro que Chabuca instaló con el buen gusto que poseía nos asombran una y otra vez. En una ocasión realizó una singular e impactante muestra donde puso en dibujos planos, horizontales, lo que ocurría en los huacos Sipán. Los ceramios, al ser redondos, no posibilitan seguir fácilmente los movimientos y acciones de los protagonistas. Inolvidable, nos permitió conocer más del cautivador universo moche.

La pasión que compartió con su padre la hizo tenaz en su empresa de mostrar al mundo nuestra historia. Hija de su tiempo, Chabuca nos contó en una ocasión que, cuando era adolescente y sus amigas visitaban la casa paterna, se quedaban en shock con huacos, telas, borlas y exclamaban con extrañeza: “¡Esas son cosas de indios!”. Hizo caso omiso a los prejuicios y dedicó su vida a promover, difundir y amar a nuestros antepasados prehispánicos. Tanto así que le dio al Cusco el Museo de Arte Precolombino (MAP) para albergar una magnífica colección del período Formativo y de las culturas Nasca, Mochica, Huari, Chancay, Chimú e Inca que deja al visitante reconfortado.

Chabuca era sinónimo de buen gusto y de talento innato. No solo se abocó a potenciar el legado de su padre y de su abuelo, sino que recreó jardines magníficos. Las coloridas buganvilias del Museo Larco Herrera nos estremecen con la luminosidad que irradian. Vivía en una foresta de árboles hermosos, flores exóticas y orquídeas peruanas que provocaban sana envidia. Conversé con ella largo cuando realizaba una investigación gastronómica, yo quería hacer interpretaciones varias de los increíbles ceramios que posee el museo. Con sabia firmeza me dijo: “El arqueólogo no especula, lamentablemente no puede ir más allá”.

Perdemos a alguien muy valioso para el Perú: sin su convicción, su tenacidad y su identificación con el mundo prehispánico, conoceríamos –peruanos y extranjeros– muchísimo menos sobre nuestro país.

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