maría luisa del río
maría luisa del río

Juan Manuel Ochoa, un actor que se hizo famoso en los años noventa, más conocido como el ‘Jaguar’, protagoniza un antiguo cortometraje sobre fútbol y terrorismo. El Jaguar es un soldado encargado de pasar la noche vigilando a un terrorista detenido. El pequeño detalle es que esa misma noche juega Perú. El centinela se pega al televisor y sigue el partido desde la prisión. Cuando a Perú lo golean, ahorca al prisionero y lo fuerza a darle información, insultándolo con odio. Cuando Perú hace una buena jugada, lo abraza con euforia y le pide que hable, pero esta vez con complicidad de hincha, casi con cariño, sin dejar de mirar la repetición de la jugada. El Jaguar no tiene cabeza para otra cosa que esa Eliminatoria y el terruco tampoco, en el fondo.

Gracias a que nuestra selección futbolera ha dado lo mejor de sí, ética y estéticamente, a millones de personas les importa un comino el devenir político de los próximos meses. Me encanta el modo “pasaremos a las finales” en el que se encuentran demasiados peruanos, un ánimo sobregirado, supongo, pero esa es la condición natural de nuestros hinchas. Fuimos los grandes perdedores en el fútbol por décadas hasta que empezamos a empatar hace unos años y ahora ganamos, casi siempre. Si algún legislador, ministro, alcalde, gobernador regional o presidente piensa que su culebrón de republiqueta es más importante que el Mundial, me temo que se equivoca. Y qué suertudos seremos, que las victorias han coincidido con las ‘crisis’, opacándolas groseramente.

No veo el drama, la verdad. Cuando Perú clasificó, fue necesario decretar un feriado al día siguiente. La motivación de ese feriado, que en el momento no entendí, la comprendo hoy perfectamente, de qué sirve tener a la gente gastando combustible, dinero, datos de Internet, agua, papel higiénico, luz, etc., si nadie va a tener cabeza para enfocarse, porque Perú (no solo no perdió, sino que, además) ganó.

A pedido de la hinchada, la empresa que distribuye los álbumes Panini ha tenido que lanzar un comunicado para disculparse por su temporal desabastecimiento. Y aun así la turba no perdona, quiere su álbum, no ha esperado treinta y seis años para seguir aguantando. Treinta y seis años en los que la fe no se perdió, la toalla no se tiró y la mediocridad se perdonó para volver a empezar de cero. Una vez, dos veces, mil veces. Son millones de hombres y mujeres en ánimo de fiesta, padeciendo con una sonrisa sus resacas, justificando una natural adicción a seguir felices. Yo misma escribí hace un par de años una columna titulada “Odio el fútbol peruano”, porque lo odiaba, por pésimo. Pero ahora me toca amarlo. Faltaba más.

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