Vicki Ellen Behringer tiene más de dos décadas de experiencia ilustrando audiencias. Este es su primer dibujo en tribunales que involucra a un exmandatario. (Ilustración: Vicki Ellen Behringer / Reuters)
Vicki Ellen Behringer tiene más de dos décadas de experiencia ilustrando audiencias. Este es su primer dibujo en tribunales que involucra a un exmandatario. (Ilustración: Vicki Ellen Behringer / Reuters)

Hace tres años, cuando Alejandro Toledo postulaba por última vez a la presidencia del Perú, publicó en su cuenta de Facebook una foto en la que se le ve joven, con vincha andina, pelo largo y una guitarra, haciendo alarde de la música andina frente a sus amigos californianos. Para entonces ya había demostrado ser un borracho embustero, aprovechando su historia de pobre extremo de Cabana, niño humilde vendedor de periódicos, etc. “El rock es una de las mayores expresiones culturales, del cual soy fanático, pero no tanto como del folclor de mi querido Perú”, escribió el cholo sano y sagrado, durante la llegada de los Rolling Stones a Perú, para colgarse de la euforia que generaron.

Como no soy políticamente correcta y menos tratándose de un personaje tan patético, compartí la foto y escribí que se puede ser brichero y postular a la presidencia. Mala idea. Una serie de activistas e intelectuales rebotaron mi publicación y me acusaron de racista, clasista, etcétera. Nunca entendí si lo que resultaba ofensivo era aludir a la condición de peruano autóctono para conseguir la atracción de las turistas, o si el error estaba en estigmatizar a los bricheros como inventores de historias místicas y linajes pomposos, portadores de una verdad ancestral muy cotizada, a cambio de cervezas gratis y viajes al primer mundo. Pero estaba totalmente segura de que ese personaje no podía seguir abusando de los peruanos a los que decía representar, mientras él y su gringa sagrada seguían metiéndoles la yuca, con actos de corrupción que iban sumando decenas de millones de dólares, convenientemente disfrazados de altruismo y emoción social. Y lo más interesante es que el tiempo me dio la razón. El pobre candidato víctima de mi ironía resultó ser mil veces peor que un borracho brichero y demostró ser un ladrón a mano armada que, no contento con cobrar su botín y largarse del país, permite que su señora nos insulte reiteradamente llamándonos bichos, hijos de puta, mentirosos.

Ahora el abogado de la pareja interracial más ladrona del mundo dice que su patrocinado no puede venir a someterse a la justicia peruana porque acá somos racistas y lo vamos a condenar, movidos por la discriminación. Un discurso muy estratégico en momentos en que el país necesita con urgencia superar sus desigualdades para librarse del odio, pero también un palabreo que ya no se lo cree ni el más olvidado de nuestros pobres. Toledo es cholo y ha sido pobre extremo, como millones, pero robar es robar, mentir es mentir, negar a una hija es denigrante y permitir que su señora antropóloga nos insulte, después de habernos vaciado la casa, es una cobardía imperdonable. Brichero es cualquiera.

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