Gabinete Villanueva expone ante el Congreso en busca del voto de confianza. (César Campos/Perú21)
Gabinete Villanueva expone ante el Congreso en busca del voto de confianza. (César Campos/Perú21)

La bicameralidad en la Constitución parece una utopía. No lo fue hasta la Constitución del 79 y desapareció con el golpe de Estado del 92 en que se cerró el Congreso y se convocó para salvar la situación al pomposamente denominado Congreso Constituyente Democrático (CCD) que hizo la Carta del 93.

A despecho de lo que se crea, la unicameralidad no fue producto de una sesuda reflexión político-constitucional, ni una idea conveniente para nuestro régimen político, sino que fue impuesta como una necesidad desde el poder de entonces para controlar el Congreso en la fase dictatorial de Fujimori y en la posterior autoritaria 1993-2000.

Así como en la Carta del 93 el sistema electoral fue adrede dividido en tres para su mejor control desde el poder de entonces, la tesis de la unicamerialidad no salió de los fundamentados debates del CCD, sino de la necesidad del poder de controlar al Congreso con facilidad. Era más fácil controlar una cámara que dos, a una mesa directiva que a dos. Fácil, ¿no? Esa fue toda la teoría. Lo demás es floro.

Con esta Constitución maltrecha en su nacimiento se han dado tres recambios constitucionales, y vamos hacia el cuarto, con el hipo de la vacancia-renuncia de PPK, la discusión del retorno a la esencial bicameralidad parece muy lejana. El descrédito del Congreso, la calidad de los congresistas, cada vez a peor, la inmunidad trocada por impunidad y los ‘kenjivideos’ hacen que la opinión pública esté en contra de una bicameralidad. Más de lo mismo (con senadores), piensa la población, y los actuales congresistas se resisten a la necesaria reforma constitucional so riesgo de impopularidad para 2021. Por eso no está cerca el retorno a la bicameralidad que nos aleje del Congreso unicameral heredado del autoritarismo, cuyo legado no parece fácil de dejar.

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