“¿Uruguay o Argentina?” (AFP)
“¿Uruguay o Argentina?” (AFP)

Cuando se plantea una reforma –política, económica–, se emplea la experiencia comparada como un insumo para su elaboración. La colaboración de expertos internacionales es pertinente para saber qué hacer con el embrollo propio, pero también para saber qué no hacer.

En nuestro país, a falta de uno, tenemos dos elefantes en la sala: la informalidad y la desafección. Respectivamente, se trabajan medidas, cambios en políticas y reformas con mucho voluntarismo y poco apego por la realidad. Un economista experto en mercado laboral me comentaba que bajo ninguna circunstancia la informalidad de la PEA estará por debajo del 60% en la próxima década. Agrego algo similar respecto al sistema de partidos: no tenemos en el horizonte del corto ni del mediano plazo la posibilidad de uno institucionalizado y enraizado socialmente.

Esto no significa quedarnos con los brazos cruzados. Todo lo contrario. Pero ahí vienen los límites de la importación de “modelos”. A propósito de la propuesta del Ejecutivo de establecer elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias, se ha traído a la discusión los casos de Argentina y Uruguay, donde se aplica esta modalidad de participación. El modelo uruguayo nos sirve poco. Estamos ante uno de los sistemas más institucionalizados del continente, con una activa afiliación partidaria y una tradición de facciones internas. De hecho, las primarias obedecen a la lógica de estas últimas. Pero lo que es peor: estas internas tienen cada vez menos participación. La concurrencia electoral ha caído del 53% al 38% desde 1999 a 2014. Los uruguayos se alejan de sus partidos a pesar de la solidez orgánica de estos.

La política argentina se parece cada vez más a la peruana. Sus coaliciones son volátiles y sus “antis” (antikirchnerismo) ordenan mucho la competencia electoral. (Tienen una clase política más profesionalizada, eso sí). En todo caso, me parece que esta comparación nos da mejor perspectiva. El resultado del actual proceso de primarias gauchas ha sido negativo: no se elegirá por internas cargos relevantes, la proliferación de campañas desgasta a los partidos y aburre a los electores, y ya se discute echar para atrás la obligatoriedad de esta consulta.

El modelo peruano se sustenta en una alta personalización de la política. Y, aunque suene ilógico, esto no tiene por qué ser necesariamente malo. Nuestra política, como ya lo han dicho colegas extranjeros, es el futuro hacia donde va la mayoría de países latinoamericanos y no hay receta que revierta esta tendencia. La fórmula la tenemos que inventar nosotros mismos.

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