Una victoria electoral, pero no política

La victoria de Biden contra Trump es un alivio para todos, básicamente porque saca del poder a un megalómano, berrinchudo e irresponsable que ha profundizado la polarización de su país y el resto del mundo.

Aun así, aunque hay razones para celebrar, sería un error leer la victoria electoral como una victoria política por sobre lo que el trumpismo representa. Las fake news, la anticiencia, la supremacía racial, el populismo nacionalista de derechas y la legitimación de la violencia han calado hondo en el país del norte y se van expandiendo más allá de sus fronteras.

Trump no ha perdido votantes. Al contrario: más de 70 millones de electores le dieron su voto y en algunos estados donde perdió en esta elección, como en Arizona, Nevada, Pensilvania y Wisconsin, consiguió más votos que en el 2016.

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Joe Biden ganó porque logró que más gente que nunca en la historia salga a votar, no porque le haya robado votos a Trump. El presidente de salida finalmente tuvo un resultado bastante mejor que lo esperado, logrando, en relación al 2016, incrementar su respaldo en todos los sectores salvo entre los hombres bancos.

Biden ha tenido el voto más alto de la historia de Estados Unidos y ha logrado una diferencia de cerca de cuatro millones de votos a nivel nacional, pero Trump ha conseguido ser el segundo candidato más votado de la historia.

La verdad es que millones han validado al trumpismo y, en lugar de una tormenta de votos demócratas que reconfiguren el mapa electoral, apenas sopló lo suficiente en ciertos estados claves para que Joe Biden llegue hasta la cima. De hecho, en el Senado los republicanos mantienen la mayoría.

La victoria electoral es un primer paso, pero la realidad es mucho más compleja: un ejemplo de lo que puede ocurrir aquí si se le sigue dando cabida a liderazgos construidos sobre engaños y dispuestos a dividir en vez de integrar.

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