(Efe)
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Hubo una vez un lago en medio del Sahara. Se había formado por lluvias torrenciales y desbordes del Nilo. El conde Lazlo de Almásy descubrió una cueva con dibujos rupestres de gente chapoteando en el agua. La llamó la “Cueva de los Nadadores”. Allí refugió a su amada Katharine Clifton, cuando sobrevivieron a un accidente de avión. Le dejó fuego, agua y alimento y ofreció regresar con ayuda. El destino hizo que llegase cuando Katherine ya había muerto. De regreso su avión fue derribado por los nazis. Quedó herido de gravedad por quemaduras. Fue atendido por beduinos y luego en un hospital improvisado. Atormentado por el amor perdido, poco a poco fue aliviando sus pesares por las atenciones de la enfermera Hanna. Pero sus quemaduras ya no le daban para más. Es cuando Lazlo señala la morfina sobre el velador. Hanna le pone una sobredosis, llorando. El paciente inglés muere recibiendo el amor como último acto de su vida.

Hay veces en que la muerte es un amor por la vida. Es el caso de Ana Estrada, quien ha obtenido que un juez autorice su eutanasia. La sentencia es excepcional. Dará la vuelta al mundo porque, cosa rara en nuestro medio, está muy bien escrita, con los fundamentos bien puestos y aborda todos los temas complejos de este tema, incluyendo los temas éticos. Desde lo jurídico, se resuelve en contra de una norma expresa del Código Penal que prohíbe la eutanasia, a la que califica de homicidio piadoso y sanciona con años de cárcel. La razón del juez es tan antigua que la habíamos olvidado. No se puede dejar de administrar justicia por vacíos o deficiencias de la ley. Esto es, aunque no hubiese ley o esta dijese lo contrario, el derecho sigue existiendo y se puede pedir justicia.

Pero hay un argumento mayor. Ana sabe que su enfermedad la irá deteriorando y que llegará un día en que los dolores serán una tortura sin alivio, que dependerá de máquinas para respirar y alimentarse y que necesitará ayuda hasta para lo más íntimo. El juez le ha concedido la eutanasia para cuando ella decida que su vida ha muerto porque ya no tendrá lo que aprecia más: su libertad y su dignidad. Para entonces su vida solo será un residuo de pura biología. Ese es también el fundamento constitucional de la sentencia. Mientras tanto, Ana cuenta cómo venció su propia depresión y se atrevió a desnudarse para abrir trocha para que otros tengan el mismo derecho. Su muerte será también un acto de amor, al mostrarnos cómo se debe vivir. Gracias, Ana, que tengas el alivio que buscas y mereces. Esta vez el derecho no estuvo al revés.

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