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Una foto perfecta

“El niño giró la cabeza como si de verdad se hubiera transformado en un Black Panther limeño por unos segundos y la madre convertida en Anna Leibovitz capturó la emoción instantánea”. 

Imagen
black phanter
Columna de Gonzalo Figari.
Fecha Actualización

Por Gonzalo Figari

Caminábamos por las calles de Miraflores con mi socia ambos aún con el jetlag madrileño, con nuestros cerebros ilusionados y empañados de niebla limeña. Atravesamos el teatro Británico y el puente de madera de la bajada Balta. Justo antes de cruzar una de esas esquinas suicidas donde los nada apacibles conductores usan sus carros como cuchillos para apuñalar a los viandantes, mi socia se percató de una escena atrapada en el desgano: un niño posaba para una madre que intentaba la foto perfecta por enésima vez.

Cuando llegamos a la otra orilla de la calle sanos y salvos de bocinazos y acelerones, mi socia me comentó lo que el niño con total decepción le dijo a su mamá al ver los intentos de retrato que le estaba haciendo:

“Jamás me veré como un hombre de verdad”.

En ese momento sentí que debía intervenir. Cruzamos la pista nuevamente pidiendo a los carros asesinos que se detengan, me acerqué a la madre y al niño, y tomé posesión de esa callejera sesión de fotos: “Me van a disculpar, pero mi socia ha escuchado que no están conformes con las fotos…”.

Primero me dirigí al niño vencido por la apatía: “¿Tú sabes quién es Black Panther?”. El niño, sorprendido por mi inusitada velocidad, asintió con la cabeza sin saber lo que iba a pasar. “Pues Black Panther, cuando posa para una foto, lo hace con poderío. Coloca tus brazos en cruz, separa las piernas, levanta el mentón, mira hacia el horizonte, no mires a la cámara, y cuando yo te diga ¡¡ahora!!, debes mirarme con odio a los ojos, como si yo fuera un villano al que vas a derrotar”.

Hicimos un ensayo. Se sentía heroicidad pura en el ambiente. Giré inmediatamente a la madre y le dije: “Usted no puede hacer la foto así como quien paga una gaseosa en la bodega. Coloque el celular abajo e inclínelo en diagonal hacia arriba”. Le mostré cómo, en la pantalla de celular, su hijo se veía más grande y poderoso, y le expliqué que hacer una foto en contrapicado hace que las cosas y personas se vean gigantes, monumentales. Miré a ambos como si fuera Steven Spielberg y les dije con urgencia y tensión: “Cuando yo diga acción, tú me miras con la ira de un huracán y usted señora, en ese instante, dispara la foto. Solo haremos una toma, esto tiene que salir bien a la primera: ¡¡¡Aaaaacción!!!”.

Viví esa escena en cámara lenta. El niño giró la cabeza como si de verdad se hubiera transformado en un Black Panther limeño por unos segundos y la madre, convertida en Anna Leibovitz, capturó la emoción instantánea.

Luego le dije a la madre que le muestre el celular a su hijo, aún eufórico de emoción y sorpresa. El niño le dijo a su madre: “Me veo como un héroe”. La madre nos miró con sonrisa agradecida. Nos despedimos de la escena tan rápido como llegamos, diciendo: “Somos creativos publicitarios y esta foto ahora sí ha salido perfecta. Hasta la próxima”.

Volvimos a cruzar la pista sintiéndonos más fuertes que los coches asesinos de bocinazos y pensé que es maravilloso entregar de manera cotidiana lo que uno hace para vivir. Darles un ratito de felicidad a las demás personas.
 

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