"Ya es hora que el hemiciclo del Parlamento vuelva a albergar a gente respetable y de entereza".
"Ya es hora que el hemiciclo del Parlamento vuelva a albergar a gente respetable y de entereza".

Desde que Pedro Pablo Kuczynski fuera vacado a principios de su mandato, el movimiento liberal ha venido sufriendo un declive importante. Aquella derecha liberal que le había acompañado a lo largo de la campaña, esa misma que practicaba yoga en el patio de Palacio de Gobierno y que buscó impulsar gestos más propios de élites europeas que regionales, se quedó de pronto huérfana y algunos hasta buscaron desligarse de su líder, pues el indulto a Fujimori era considerado una traición.

Así, con más de tres años de gobierno aún por recorrer, los abandonados tenían dos opciones: por una parte podían coquetear con la derecha conservadora y mercantilista de nuestro país o por otra, pavimentar su propio camino a través de una jungla, y en el transcurso hacer amigos cuyas intenciones no fueran tan claras, a saber, Nuevo Perú y Frente Amplio.

La falta de un contrapeso tanto para una izquierda recalcitrante, como para una derecha inculta, impelió a la ciudadanía a escoger bandos; partidos políticos que, a pesar de no gozar de su simpatía, constituían el mal menor. A partir de ese momento no importaba si estabas en contra de la reforma política o judicial, pues para tus detractores eras un fujimorista conservador. Tampoco valía tu opinión si es que apoyabas a los fiscales y su trabajo, a simple vista, eras un rojito mermelero.

La derecha bruta y achorada (DBA) ganó, eclipsó todo conato de un resurgimiento liberal, acaparó el espectro ideológico y con ello también una cantera de jóvenes liberales perdidos, confundidos por no saber a quién recurrir en medio de esta tormenta y, que a falta de personalidades sensatas, se vieron barridos de pocos hacia la derecha naranja.

La derecha en este país debe reinventarse y no solo por una cuestión meramente política, sino más bien práctica; la inexistencia de un grupo político de centro derecha le abre el camino a una izquierda que parece apetecer a una porción considerable de nuestro país, a pesar de seguir enarbolando las mismas políticas de antaño.

Me refiero a una derecha culta y dialogante (DCD). Una facción de jóvenes y políticos preparados, que se guían por sus convicciones y no por las corrientes del momento, que reconocen que la derecha es amplia y por ende la importancia del diálogo interno, que no todo lo proveniente de la izquierda es malo, que tender puentes para alcanzar un objetivo común es a veces más importante que dinamitar todo proceso de consenso, que escuchan antes de hablar y, sobretodo, que no alaban un códice sino que reconocen la importancia del pragmatismo.

Este último periodo ha sido sumamente dañino para nuestro país, nuestra fibra social se ha visto desgarrada. Esta confrontación ha servido de pábulo para alzar a los radicales y sembrar odio e inquina. El peruano no está enemistado con las reformas o con ciertas políticas, el peruano está enemistado con otro peruano. De pronto las políticas públicas dejan de ser propuestas y pasan a ser personas, grupos y argollas, “no me gusta eso porque la mayoría de mi entorno lo rechaza” o, “me opongo porque a mi enemigo le gusta”.

A lo mejor este nuevo Congreso permita dar a conocer nuevos rostros, personalidades de diferentes entornos, liberales y sobretodo transparentes. Ya es hora que el hemiciclo del Parlamento vuelva a albergar a gente respetable y de entereza, y que sus paredes escuchen por fin palabras de razón antes que el tufo mefítico e inconexo de la DBA.