Un virus que, ojalá, no se corone. (Photo by Stringer/Anadolu Agency via Getty Images)
Un virus que, ojalá, no se corone. (Photo by Stringer/Anadolu Agency via Getty Images)

Lo que parecía un meteorito cayó en los campos de Horsell, en las afueras de Londres, en 1904. Fue la primera nave de los marcianos, luego vendrían más. En pocos días derrotaron al Ejército británico, el más poderoso de entonces. Así lo cuenta un científico del observatorio de Ottershaw en La guerra de los mundos de H. G. Wells. Al final, cuando todo estaba perdido, nos salvaron unos microbios. Infestaron a los invasores.

Años después la epopeya sería actuada en radio por Orson Wells en 1938 y en cine por Tom Cruise en 2005. Fue la única vez que bacterias y virus nos defendieron porque más bien, históricamente, nos han atacado.

En el siglo XIV, la bacteria de la peste negra mató a 60 millones, un quinto de la población mundial. En nuestros días, el virus del sida ya ha matado a 25 millones. Otros virus producen cáncer y la hepatitis B. En nuestra infancia, el terror eran el sarampión y la viruela. El virus o la bacteria son mortales cuando atacan las células buenas para reproducirse. Se replican exponencialmente.

Te invaden y eres devorado lentamente desde dentro hasta morir. Solo te salvas si existe remedio para cortar ese fatal proceso de reproducción. Esta semana, la Organización Mundial de la Salud ha decretado una alerta mundial por un nuevo virus: el corona. Ataca los pulmones. La alerta es una precaución para que los países compartan data, aíslen los brotes y reduzcan riesgos de contagio.

De momento, el nuevo virus sigue lejos en China y no mata masivamente. Pero si llega al Perú, no estamos tan preparados. Las cuarentenas para virus pulmonares exigen ambientes técnicamente aislados, que se logran con sistemas especiales de aire acondicionado que casi ningún hospital tiene. Así que tendremos serias dificultades en controlar una epidemia.

Esta es una evidencia más de lo lejos que estamos de tener un sistema de salud eficiente. No bastan los esfuerzos heroicos de médicos y enfermeras cuando la corrupción boicotea cualquier mejora. Basta caminar entre pasillos y salas de espera para percibir angustias en los pacientes porque les postergan citas, porque se acabaron las medicinas, porque los equipos están malogrados, porque no hay cama para que los internen ni turno para que los operen.

Ves gente a la que la vida se le va en dolores, que no saben por qué ni hasta cuándo. El maltrato humilla y duele también. La salud no debería mendigarse. Curarse con dignidad no es una extravagancia de quien puede pagar, sino un derecho elemental que el gobierno debe garantizar para todos. ¿Estamos?


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