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Un paso para adelante… y otro para atrás

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María y Rosa se aman. Viven juntas hace 10 años. María se enferma. Es una enfermedad seria. Está inconsciente. María querría a Rosa a su lado. Es la persona más importante del mundo. Y quisiera que esa persona decidiera aquello que ella, por su estado, no puede decidir.
Rosa llega al hospital. No la dejan entrar. Los padres de María (que se opusieron a su relación y que se distanciaron de ella hace años) han tomado control. Las reglas dicen que solo los parientes pueden visitarla. Rosa, la persona más importante para María, no es legalmente su pariente. Cuando María muere, Rosa no está a su lado.
Jorge vive felizmente con Marco desde hace 20 años. Sin los prejuicios sociales todos la consideraríamos una pareja ejemplar: un hogar estable, lleno de cariño y apoyo mutuo. Con el esfuerzo de años habían comprado una casa, los muebles, un automóvil. Tenían ahorros depositados a nombre de Jorge.
Jorge muere en un accidente. Marco queda devastado. A las pocas semanas, los hermanos de Jorge se aparecen con abogados. Reclaman ser los herederos de los bienes de Jorge. Marco recuerda haber discutido en su momento si Jorge lo podía adoptar para así convertirse en su pariente y poder heredar entre ellos (práctica común entre personas en su situación). Nunca lo hicieron. Hoy, por no haber tomado una ridícula medida legal, se queda sin casi nada de lo construido en años de amor con su pareja.
Josefa y Camila se casaron legalmente en España. Tienen dos hijos. Llevan el apellido de ambas. Deciden regresar a su país. Las autoridades del Perú rechazan que sus hijos puedan llevar sus apellidos. Su matrimonio no es reconocido y con ello tampoco el legítimo nombre de sus hijos, apellidos incluidos. Tienen que iniciar, con resultado incierto, un largo proceso legal solo para defender la identidad de sus hijos.
Estas cosas (y muchas más) pasan todos los días, a veces ocultas por el deseo legítimo de privacidad o por la vergüenza de enfrentar prejuicios particularmente crueles.
El Papa anunció que debe reconocerse la unión civil a parejas de mismo sexo. Que bien. Pero no es un reconocimiento de la Iglesia ni un cambio de su doctrina. Es solo su opinión y no era la primera vez que la daba. Quizás ayude para apaciguar a ciertos conservadores religiosos o argumentar contra ellos.
Pero esa no es la solución. La unión civil es una concesión mediocre. Es un trato que solo se justifica si creemos que existen ciudadanos de segunda categoría que no son dignos de alcanzar lo que merecen los de primera. Es decirle a alguien que no se puede casar con quien ama, pero que no se preocupe. Le vamos a dar una solución práctica, pero no igual, para que resuelva algunos de sus problemas. Es como decirles que merecen algo, pero no son dignos de merecer lo que merecen los otros.
El problema (y la solución) pasa por reconocer el matrimonio. No tengo problema en que haya unión civil, a la que pueden acceder todos al margen de su raza, credo, condición social u orientación sexual. Pero sí tengo problema con que al matrimonio no se pueda acceder al margen de la raza, credo, condición social y orientación sexual.
La unión civil como se plantea es, finalmente, un acto de hipocresía en el que tratamos de no ser totalmente hipócritas siendo solo hipócritas a medias.
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