Joaquín Sabina propone que las mentiras parezcan mentiras, pero se alivia cuando reconoce que tenemos más de cien mentiras que valen la pena. Pasa también en la vida real. No hay frontera que separe la verdad de la mentira. Tampoco son categorías excluyentes, donde la verdad sea distinta de la mentira. Creemos en verdades eternas hasta que un buen día pasan a ser mentiras grotescas. En la medicina, por ejemplo, sangrar a las víctimas era el tratamiento usual para gran parte de las dolencias. Te sangraban a punta de heridas o, más sofisticadamente, con ayuda de sanguijuelas, literalmente lombrices chupasangre en latín. Esa práctica fue verdad durante 25 siglos y salvó financieramente a la España del siglo XIX, que compensó las pérdidas por las independencias americanas con el boom de exportación de sanguijuelas a Francia. La astronomía se construyó asumiendo que la Tierra era el centro del universo. Luego, Copérnico (1543) demostró que el centro era el sol, al menos en esta parte de la galaxia. Y la alquimia, entre filosofía, ciencia y esoterismo, postulaba convertir el plomo en oro.
Con mayor razón pasa en la vida social, porque no son hechos verificables, sino procesos interpretables que cada quien hace desde su perspectiva. Ramón Campoamor tuvo razón en eso de que todo es según el color del cristal con que se mira (poema LIX de Doloras, 1846). Así andamos por la vida, creyendo que el mundo es tal como lo miramos. Vivimos de conclusiones precipitadas sin juicio previo, de prejuicios. Sin embargo, estoy bastante a favor de los prejuicios, dice la camarera, si no tendríamos que probar todo, y todo no se puede; hay que elegir, somos lo que elegimos (El lobista, TNT, 2018). El prejuicio es la comodidad de entender la vida sin tanto rigor. Cuando se generaliza se le llama paradigma, una verdad absoluta, hasta que se cambia por otra. Dios mismo fue causa de tanta guerra europea entre católicos y protestantes, o de guerras santas entre cristianos (las cruzadas) y musulmanes (la yihad), o de guerras en Oriente entre chiítas y sunitas. Pero como ahora poca gente reza, se le ha sustituido por nuevos paradigmas de guerra, como la seguridad nacional en la guerra de Irak, la no discriminación de razas en la guerra de Bosnia o la libertad versus dictadura en la guerra de Ucrania.
Por aquí trajimos paradigmas para que nos fuese mejor. Sin embargo, democracia y economía liberal no llegaron a ser ni media verdad y ahora están siendo mentiras completas. A un año de las elecciones no tenemos ni la una ni la otra. La política no nos importó, la abandonamos, y ya ve usted: se gobierna sin planificación, se legisla al mejor postor, la justicia se politiza, los presupuestos se despilfarran y las obras públicas nunca se terminan, el epílogo es que no hay servicios públicos de calidad. La economía, en cambio, sí importó, crecimos mucho. Sin embargo, a pesar de la abundancia, no corregimos taras. En lugar de ganar por competitividad, quisimos ganar consiguiendo favores del Estado, y así fue como la economía anduvo corrompiendo a la política. Los negocios fueron eficientemente egoístas. La gran elusión tributaria no se explica desde los miles de micronegocios informales, sino desde las prácticas fiscales agresivas de las grandes empresas. Ellas también tienen la práctica de pagar a proveedores a 60 o 90 días. El colmo, las pequeñas empresas financiando gratis a las grandes empresas y, para eso, se ven empujadas a tomar deuda cara o sufrir la extorsión de los créditos ‘gota a gota’ (Jorge Medina, Capitalismo Consciente). Visto así, aunque la informalidad nació en las zonas marginales, pudo crecer porque desde el centro de la economía nos aprovechamos de ella, en lugar de incorporarla para compartir beneficios, y porque desdeñamos la política, y la informalidad la capturó para sobrevivir. Fuimos élite, tuvimos poder y dinero; no fuimos responsables, se nos pasó el tren y se fueron nuestros paradigmas. Ahora el nuevo paradigma es la informalidad. Es un nuevo mundo con otras élites, con otros valores; viviremos cuesta arriba tratando de hacer lo que no hicimos antes. Como las cosas a destiempo, costará más, pero se puede. A veces saber que se va perdiendo es la mejor manera de empezar a ganar.