Desde la década de 1990, los fundadores de la visión o ideología posmodernista, en su mayoría marxistas frustrados por la caída del comunismo en la Unión Soviética y sus países satélites de Europa del Este, así como por el giro capitalista de China, se cuestionaron por qué la visión de la lucha de clases y la dictadura del proletariado no tuvieron éxito en Occidente. Llegaron a la conclusión de que parte del problema era el factor cultural.

Algunos posmodernistas difundieron un pensamiento que cuestionó el predominio del método científico y su objetivo de enfocarse en el progreso en favor de lo que llamaron “la teoría del caos”. Plantearon acabar con la herencia ética judeo-cristiana (con sus virtudes y defectos) y el legado de la política y el racionalismo greco-romano, para fomentar una visión fundamentada en nuevas construcciones de identidad: múltiples categorías de orientación sexual, género, etnicidad, raza, etcétera.

Nadie que crea en la democracia y la tolerancia puede oponerse a lo que desde entonces se denominó “multiculturalismo”.

Sin embargo, pocos comprendieron que tras esa visión de amplitud había grupos con agendas políticas, ideológicas y culturales que buscaban fomentar la división y fragmentación de la sociedad occidental.

Por ejemplo, en nombre del pluralismo, muchas naciones europeas permitieron que extremistas musulmanes aprovecharan la apertura de sociedades abiertas y gradualmente dominaran barrios enteros en donde imponen a sus habitantes vivir bajo las reglas de la sharía (ley islámica). Paradójicamente, a la vez, se multiplica la cantidad de identidades basadas en género y orientación sexual con las conquistas sociales del movimiento LGTBIQ+.

La “tribalización” de la sociedad provoca el crecimiento de grupos radicales nacionalistas de extrema derecha que van ganando fuerza política, aumentando la polarización, fragmentación y el nihilismo (doctrina que conduce al negacionismo y revisionismo histórico y la anarquía) en muchos países. La victoria de la visión posmoderna —hoy reflejada en la cultura “woke”— parece imponerse.

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