Renzo Reggiardo ratificó su decisión de no haber ido al debate electoral. (FOTO: USI)
Renzo Reggiardo ratificó su decisión de no haber ido al debate electoral. (FOTO: USI)

No ir a debatir en el horario y lugar establecido por el JNE es una apuesta riesgosa, más en una campaña donde un segmento enorme de limeños aún no se decide y muchos ni conocen a los candidatos. Lo comenté aquí hace un par de días, recordando que en 2014 ni Castañeda, que tenía más de 50% de intención de voto, se dio el lujo de no participar en los debates. El limeño puede ser políticamente apático, pero en algunos temas es formalista, así que dejar de ir a un debate oficial es percibido como arrogancia y boicot electoral, como de hecho lo es. Con los números de Datum, el debate a la medida que querían a solas Reggiardo y Belmont perdió sentido.

Es bastante evidente que la elección está para cualquiera, con lo que el debate del domingo (el oficial) ha tomado mayor relevancia. En campañas anteriores, los debates han sido gravitantes, como lo fue con Cornejo en 2014, que pasó de registrar 6% en las encuestas a obtener finalmente el 16% de los votos. Una acertada exposición que permita el contraste con otros candidatos tiene el potencial de crear una corriente que voltee la tortilla. Mucho más en una elección donde el 40% del electorado está en otra. Recuerden que quienes lideran las encuestas tienen un insípido 14% de intención de voto.

En ese contexto, estoy de acuerdo con Javier Torres cuando comenta que la encuesta de Datum demuestra que la desinflada de Reggiardo y Belmont favorece a Urresti por la simple razón de que los tres pertenecen al mismo universo. El ascenso de Urresti responde básicamente a la migración de votos que ya estaban decididos. Por eso, los candidatos con proyección deben ocuparse en llamar la atención de los más de dos millones de electores que recién se conectan a la campaña y que no saben por quién votar. Será una semana con sorpresas.

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