Transformación o colapso. (Reuters)
Transformación o colapso. (Reuters)

Las llamas que arrasan con enormes extensiones de la Amazonía brasilera y boliviana ya deberían haber convencido hasta al más negacionista de que, si no emprendemos un cambio profundo que transforme nuestros patrones de consumo y de uso de recursos, el único desenlace posible es el colapso. La depredación de nuestro entorno solo apura más la catástrofe climática que ya está aquí. La alerta está sonando hace rato, pero seguimos inmutables, como si lo que estuviésemos viviendo no fuese evidencia suficiente de que nos encontramos al borde del abismo.

Es bien sabido que la ganadería es la principal causa de la deforestación de la Amazonía. Estos incendios son habituales. Ocurren cada año cuando los ganaderos los originan para ganar áreas enormes que luego sirvan para el pastoreo y siembra de soya, que es con lo que se alimenta a buena parte de los animales que los humanos consumimos. La diferencia es que este año los incendios han aumentado en número y extensión, en buena medida porque esas prácticas de deforestación están siendo apoyadas por los gobiernos de esos países.

Pero no solo es la ganadería la razón detrás de los incendios. Esta situación ocurre también por el capitalismo desenfrenado que, en su forma más irreflexiva, entiende –y requiere– crecimiento económico perpetuo. Nos hemos acostumbrado a encontrar siempre una justificación que permita lucrar con lo que se tenga al frente y, en buena medida, por eso, ciertas industrias tóxicas no son fiscalizadas o son reguladas con guantes de seda.

La solución no es sencilla, pero el debate sobre la catástrofe climática, la depredación de la Amazonía y el futuro de nuestro medio ambiente necesariamente tiene que estar ligado a las estructuras económicas y políticas que nos han traído hasta aquí. ¿Cuál es el límite?

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