La avenida Próceres de SJL estará cerrada mientras se realicen las obras de reparación de la tubería. (Foto: GEC)
La avenida Próceres de SJL estará cerrada mientras se realicen las obras de reparación de la tubería. (Foto: GEC)

A nadie le gusta ser víctima de una tragedia. Que un río de desagüe se desborde y entre a tu casa o que se tenga que sacar a niños con aguas inmundas hasta el cuello es un espanto. Pero a veces es mejor ser víctima de tragedias visibles que de tragedias invisibles.

Cuando la tragedia es visible y ocupa las primeras planas de todos los periódicos por varios días, al menos se genera una reacción. Por lo menos algunas personas acuden en ayuda de las víctimas. Por lo menos, el Estado decide dedicar algunos pocos recursos a ayudar a quienes han sufrido los daños.

Pero las tragedias invisibles son peores. Ocurren todos los días, pero nadie te ayuda y nadie se preocupa por ti. Tienden a volverse eternas porque nadie las encuentra en las primeras planas. Al menos en San Juan de Lurigancho existía un desagüe que se rompiera y agua que llegaba a la población. En muchas partes del Perú ni siquiera hay la posibilidad de que ocurra una tragedia similar, porque la tragedia es no tener agua ni desagüe. Pasa todos los días, pero a nadie le importa.

Es curioso que tenga que darse una tragedia visible para que se levanten voces que piden privatizar Sedapal. Lo cierto es que la tragedia invisible es un argumento aún más importante para hacerlo. Y es que peor que la pésima calidad de la infraestructura administrada por la empresa pública es la inexistencia de infraestructura.

Son varias falacias las que explican la tragedia visible y la invisible.
Primera falacia: el agua es escasa. Eso es falso. El agua es una de las sustancias más abundantes. Cubre dos terceras partes de la superficie terrestre. Lo que es escaso es la infraestructura necesaria para que el agua pueda ser usada por el ser humano. O en términos más sencillos: lo que es escaso es la inversión necesaria para poder usar el agua. No falta agua. Falta capital. Privatizar es la forma más efectiva para traer ese capital. Si no, vea lo que pasó con los teléfonos: allí donde la gente no tiene agua corriente, hoy tiene un celular.

Segunda falacia: si se privatiza, los pobres pagarán agua más cara. Lo cierto es que los pobres pagan hoy más por agua de menor calidad, que compran en camiones insalubres y almacenan en cilindros o bidones. Esas personas pagarían mucho menos si tuvieran conexión domiciliaria.

Tercera falacia: se necesita acción estatal porque el agua es esencial. También es esencial el alimento y hoy su suministro está privatizado. Salvo programas asistenciales muy deficientes (como el del Vaso de Leche), la inmensa mayoría de alimentos son adquiridos por canales privados y, salvo circunstancias temporales, no son escasos. Ello contrasta con las épocas del arroz, el azúcar y la leche Enci bajo regímenes de intervención estatal. Allí se generaban colas interminables y racionamientos. Finalmente, zonas marginales sin agua son como una cola eterna en la que sabes que nunca llegarán al final.

Es una pena que tengamos que ahogar personas en el desagüe para que se nos cruce por la cabeza que quizás lo que falta es inversión privada y lo que sobra es demagogia.