To be or not to be

La enmienda recibió el respaldo de 318 diputados de diversas formaciones, mientras que 310 votaron en contra. (Foto: EFE)

Este título tan shakesperiano quizá sea el que mejor describa la situación por la que viene atravesando el Reino Unido ante el reto Brexit que los británicos se impusieron a sí mismos. Salir o no salir, parece ser la cuestión.

Estamos a menos de dos meses del plazo impuesto para que el Reino Unido abandone la Unión Europea. Y la madeja que atenaza a la primera ministra sigue sin encontrar cómo desenredarse.

La cosa no es fácil. Unos apuestan por cumplir el mandato popular. Otros, por evitar la salida sin acuerdo.

Hay quienes se preguntan ¿por qué salir, si no se ve –valga la expresión– “salida a la salida”?

Una nueva consulta popular es lo que muchos quisieran, insinúan y hasta explícitamente dicen. Tal como hacen Tony Blair y el propio John Major que plantean otro referéndum (¡ay, los referéndum!)

Si algo parece tener claro la señora May, es que lo que no puede hacer es plantear una nueva consulta. Sería como traicionar el mandato popular. Por lo que es fácil deducir, aunque sea de temer, que con acuerdo o sin él dará la orden de salida.

Pero debería haber otras opciones. ¿Y retrasar la salida fijada para el próximo 29 de marzo?

Parece una manera de ganar tiempo. No obstante, antes que ello, y suponiendo que la UE lo aceptara, podríamos estar, más bien, ante una prolongación de la agonía.

Me imagino a la señora Theresa May angustiada y meditabunda.

Se le ocurrió últimamente una alternativa: plantear ante la Unión Europea la posibilidad de introducir cambios en el acuerdo rechazado en su Parlamento.
La respuesta no se ha hecho esperar. La negativa ha sido rotunda.

Así las cosas, como si de la crónica anunciada de un suicidio se tratara, y al paso inexorable del reloj político, todo parece abocar a la salida sin más. Sin acuerdo. Es decir, al suicidio económico de una gran nación.

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