Nicolás Maduro
Nicolás Maduro

Maduro, señalado como el títere de Cuba, de Rusia, de China, de Irán; maneja la vida de millones de seres que aún mantienen su planta en Venezuela y de otros venezolanos, quienes en otros países buscan nuevos horizontes con la mirada atada a su tierra, a los que se quedaron y a los que un día formaron su entorno afectivo y han terminado dispersos en la geografía del planeta. Esta reseña podría engendrar una caricatura o la escenografía de un teatro burlesco. Pero ¡no es eso! ¡Es una absurda realidad que está afrontando mi país! Que día a día va recibiendo noticias que le van dejando un vacío en la esperanza de encontrar el hacha que derribe el árbol del fruto envenenado.

El jueves 2, Maduro llenó las noticias con el “decreto” del refinanciamiento y reestructuración de la deuda externa y de todos los pagos de Venezuela. Y, además, el vicepresidente Tareck El Aissami, quien ha sido señalado por sus conexiones con el Hezbolá, coordinará estas negociaciones. Recientemente en una entrevista al periodista español Jordi Évole, comentando su viaje a Siria, describió la destrucción y advirtió refiriéndose a España: ¡ojalá nunca lleguemos a eso!

Y pensé en mi país donde no se observan los edificios destruidos por las bombas, ni tampoco a mujeres llorando en las calles la muerte de sus hijos. Pero las madres aquí lloran en silencio a la salida de los hospitales, de las morgues, dentro de las paredes de sus hogares. Aquí, la destrucción fue sembrada por un tipo de guerra que llevó a la ruina al país petrolero más rico del planeta. Yo tampoco quiero que otros países pasen por esto. Porque a esto, aunque no se crea, se llega más fácil de lo que imaginamos.