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Redacción PERÚ21

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Jaime Bayly,Un hombre en la lunahttps://goo.gl/jeHNR

Estoy molesta con mi madre porque no ha terminado de leer el libro que le regalé y por lo visto no tiene ninguna intención de terminarlo. Es una desconsideración, una grosería. Pasé cuatro años escribiendo esa novela sobre mi iniciación amorosa en un colegio de monjas alemanas. Es una novela sórdida, de-salmada, con seguridad chocante para mi madre, que es muy religiosa. Pero no es una novela cualquiera, es mi novela, y en ella cuento las cosas tremendas que me hicieron las monjas neonazis en ese colegio internado en el que me metieron mis padres no para que aprendiera a hablar bien el alemán sino para que no les molestara la vida los fines de semana en su casa de campo. Hace un año le regalé la novela a mamá. Me prometió que iba a leerla. No me ha dicho una palabra. Le he preguntado un par de veces y me ha respondido con evasivas que la estaba leyendo pero no directamente, dijo que había contratado a una señora para que se la leyera porque a ella le cansa mucho la vista y que la señora iba ciertas tardes a leerle la novela pero al parecer había leído ciertas páginas truculentas en las que unas monjas insomnes salían de madrugada por los pasillos del internado ávidas de comer clítoris y entonces mi madre había aconsejado suspender la lectura. Estoy molesta con mi madre porque cuando le pregunto si está leyendo mi novela me miente, me dice que sí, que va avanzando poquito a poco, que la dosifica para disfrutarla más, que ya no se la lee la señora contratada porque le dio un poco de pudor que le leyera esas cosas tan tremendas. Pero la verdad es que mamá ha abandonado mi novela, disgustada, espantada de que yo me atreviera a contar esas cosas tan fuertes, tan alusivas a la vagina, que es un asunto del que nunca he podido hablar con mi madre. Es frustrante: mi marido no ha leído mi novela, mi madre la ha leído a medias y la ha abandonado, mi mejor amiga no sé si la ha leído porque se la regalé hace meses cuando vino a visitarnos y luego se fue y no me ha dicho una palabra. ¡Y es mi mejor amiga! ¡Y le regalo mi novela y no me manda siquiera un escueto correo electrónico diciéndome que la leyó, que le gustó, nada! Estoy molesta porque mi hijo ha vuelto a fumar tabaco. No me importa que fume de vez en cuando marihuana, quién en esta casa no lo hace, hasta las empleadas domésticas me piden un porrito cuando están muy estresadas y yo lo comparto con ellas y nos reímos juntas (ellas sí me leen, ellas son las únicas en esta casa que han leído mi novela y me la han comentado y me han dicho que lloraron con las escenas de los abusos sexuales y me han contado cosas atroces que ellas vivieron en los andes cuando eran niñas), el problema es que mi hijo ha vuelto a fumar tabaco. Toda la vida le rogué que no fumase tabaco, que es un hábito sucio, desagradable, y ahora él fuma y fuma como chino en quiebra y no le importa fumar cuando viene a la casa y fuma en mis narices aunque yo le pida que no lo haga. Es una desconsideración, una grosería, una falta de respeto. Y es una pena muy grande porque el daño que hace a su salud es irreparable y apenas tiene veinte años y estudia Economía y es un genio para los números y el dinero, pero se vuelve idiota cuando se trata de su salud y es adicto al tabaco y al vodka y al redbull y sabe Dios a qué pastillitas que le enfocan la lucidez y lo ponen locuaz. A mi hijo ni siquiera hice el intento de regalarle mi novela, para qué voy a engañarme, él no lee nada, solo lee todo el día la bendita pantallita con los mensajes de texto, está como hipnotizado por ese cristalito de éter en el que teclea y teclea mientras inhala y golpea y echa humo cerca de mí. Mi vida es un completo fracaso: mi marido me monta como si yo fuera una yegua de carrera, no se preocupa de darme un orgasmo delicado, bonito, no me espera, no tiene la menor consideración por mis tiempos, cree que cuando él termina termino yo también y termina todo el mundo, se acabó la función; mi madre es una santurrona que se niega a leer mi novela y a hablar del pasado porque prefiere vivir ensimismada en sus ficciones religiosas y las cosas que escribo le parecen dictadas por algún espíritu luciferino; mi hijo fuma tabaco y bebe vodka y es absurdamente alto y flaco, y creo que todo el día está drogado solo que ya no reconozco qué drogas se mete, pero lo encuentro acelerado, atropellado, sin ningún respeto por las formas o las cortesías, el otro día me dijo: Mamá, tienes las tetas caídas, deberías levantártelas. Y se fue fumando su cigarro con su aire de pendejo sabelotodo que sabe a cuánto van a estar el próximo año las acciones de Apple, Google y Twitter. Sí, tengo las tetas un poco caídas, soy una señora de cuarenta y ocho años, pero no pienso operarme nada, no pienso rehacer mi cuerpo ¿para complacer a quién, a mi marido? Mi marido no me mira las tetas, mi marido no me mira la cara, mi marido tiene una obsesión con mi poto y por eso se enamoró de mí y se casó conmigo y por eso siempre que me hace el amor me obliga a ponerme en cuatro y me cabalga como a él le gusta. Una vez en el colegio alemán en quinto de media hicieron un concurso para ver quién tenía el mejor poto y todos votaron, chicos y chicas, y yo gané, y creo que fue uno de los días más felices de mi vida. Y no puedo quejarme: tengo un muy buen poto gracias a mi madre, que tiene un poto aun más soberbio que el mío, solo que ella es religiosa y lo oculta y yo soy más liberal y lo dejo entrever. Estoy molesta con mi hermana porque me prometió que me haría ganar dinero en su fondo de inversión y le di dos millones de euros que saqué de una de mis cuentas secretas sin que mi marido se enterase de nada y la arpía de mi hermana me tiene a pérdida y no me ha hecho ganar nada y cada trimestre encuentra un pretexto para decirme que estamos diez por ciento abajo del monto invertido. Si por lo menos mi hermana me hiciera perder dinero pero leyera mi novela hasta el final, en fin, quizá estaría menos molesta con ella, pero cuando vino a visitarnos le di la novela, le advertí que tenía escenas muy fuertes con las monjas alemanas, se la firmé, se la dediqué, se la llevó (junto con los dos millones) y no me dijo una sola palabra hasta el día de hoy. Soy una escritora, me parto el lomo escribiendo la gran novela de mi vida y mi marido no la lee, mi mamá no la lee, mi hijo no la lee, mi hermana no la lee y lo peor de todo es que quizá tienen razón y la novela es muy densa y no merece que la lean hasta el final. Qué depresión, creo que mi hijo tiene razón, tengo que hacerme las tetas.