Donald Trump, presidente de Estados Unidos. (Foto: AP)
Donald Trump, presidente de Estados Unidos. (Foto: AP)

En 2016, Oxford University Press, que edita el más prestigioso diccionario en inglés, acordó que “posverdad” sea la palabra del año. La definió como “relacionada con circunstancias en las cuales los hechos objetivos son menos influyentes para moldear la opinión pública que apelar a la emoción y las creencias personales”. Ese mismo año, Trump ganó en EE.UU. y el Reino Unido inició lo que ha terminado siendo un caos de divorcio con la Unión Europa, en buena medida gracias a las mentiras y medias verdades divulgadas para manipular electores. Tres años después, la situación solo ha empeorado.

En una reciente columna sobre este tema en The Guardian, el periodista Jonathan Freedland sacaba la cuenta de que Trump ha realizado cerca de 4,500 declaraciones falsas desde que ingresó a la Casa Blanca, lo que equivale a casi seis por día, todas creídas por sus seguidores.

Este no es un problema ajeno a nosotros. Basta navegar un rato por los foros de Internet, algunas páginas de Facebook, ciertos pasquines principalmente de derecha conservadora y el Twitter –convertido en el desagüe de las redes sociales– para comprobarlo. Sobran teorías conspirativas y mentiras contra el uso de vacunas en los niños, el enfoque de género, el cambio climático o el personaje público indeseado, en lo que parece ser una estrategia para crear un mundo artificial donde sea posible validar hasta el peor prejuicio o el interés más perverso.

Algo en común tienen los maquinadores de la posverdad en el Perú y el mundo: saben que si son incapaces de persuadir a la opinión pública, una buena salida es llenarla de dudas, pues una sociedad confundida es más fácil de manipular que una informada. Por eso son una amenaza que tenemos que combatir con bastante más astucia de la que hemos tenido hasta ahora.

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