(MarioZapata/Perú21)
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Lo recibieron de pie y entre aplausos. Desde Fuerza Popular, con la calidez que, veinte meses atrás, le mezquinaron a Pedro Pablo Kuczynski. Desde el oficialismo, con parquedad y prudente distancia. El rostro desencajado de Mercedes Aráoz fue más que elocuente, y las declaraciones posteriores del vocero alterno de la bancada, Juan Sheput, calificando a Martín Vizcarra como un “NN” hasta antes de su llegada al Ejecutivo, de la mano de PPK, no hacen sino confirmar que el nuevo presidente constitucional de la República empieza su gestión sin un soporte partidario sólido.

El ex gobernador regional de Moquegua, sin embargo, a la luz de su primer mensaje a la Nación, no parece estar dispuesto a dejarse avasallar ni por propios ni extraños y ha puesto sin ambages sus cartas sobre la mesa.

Su compromiso de desmontar “cualquier esquema corrupto que funcione dentro del Estado” y “cueste lo que cueste” es una categórica respuesta para quienes buscaron en él, durante semanas, el aval a una situación irregular plagada de graves denuncias de corrupción.

Pero Vizcarra ha dejado sentado también que no permitirá el avasallamiento de un poder del Estado sobre otro, y ha precisado que es esa división de poderes la que sienta las bases de todo sistema democrático. La estabilidad institucional, ha señalado, es el cimiento para enfrentar con eficiencia los grandes retos en salud, educación, seguridad ciudadana y materia económica.

De ahí que la pretensión del bloque naranja de imponer medidas restrictivas e inconstitucionales para el manejo del Estado, como la que cambia el mecanismo de la cuestión de confianza o la que prohíbe colocar publicidad estatal en medios de comunicación privados, tendría desde ya un parachoque en el Gobierno.

Vizcarra, quien conducirá al país rumbo al bicentenario, ha dicho que tiene claro “lo que hay que hacer y cómo hacerlo”. Pero también que no puede hacerlo solo y por eso su llamado a un pacto social del que nadie debiera excluirse si realmente se quiere sacar al país del ‘modo espera’ en el que lo sumieron los tentáculos del escándalo Lava Jato en los últimos meses de la gestión Kuczynski.

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