Carlos Hualpa se ensañó con . Una noche de abril la sorprendió en un autobús, roció su cuerpo con combustible y le prendió fuego, postrándola en una cama de hospital, donde permaneció los últimos 38 días de sus escasos 22 años. Hoy se sabe que Eyvi nunca tuvo conciencia total de lo que ocurrió, que no conoció detalles de la agresión, que no supo por qué tuvo que soportar doce intervenciones quirúrgicas, tampoco quién fue su agresor.

Durante este tiempo se apoyó en la fuerza y fe de sus padres y hermanos y, quizá, también en sus sueños. Carlos Hualpa logró destrozar su cuerpo, pero nunca sus deseos de vivir, de estudiar, de trabajar. No obstante, ayer, eso también se lo arrebató el demente que no supo aceptar el rechazo, que la acosó durante semanas, que sembró en ella el miedo, que la mató.

Hoy Carlos Hualpa se encuentra con prisión preventiva y enfrentaría una pena de 35 años de prisión, la máxima en casos de feminicidio. Pero no bastará toda su vida en prisión para devolvernos a Eyvi.

De acuerdo a estadísticas del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, entre enero y abril de 2018 se han registrado 103 casos de tentativa de feminicidio, veintinueve más que los reportados en el mismo periodo de 2017. Y entre 2009 y abril de este año, los casos suman ya 1,411.

La Encuesta Demográfica y de Salud Familiar de 2017, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística e Informática, por su parte, revela que, a nivel nacional, el 65.4% de mujeres alguna vez unidas sufrieron algún tipo de violencia por parte de su esposo o compañero.

Pero estas son cifras que no alcanzan a reflejar la dimensión real del drama en que se ha convertido la violencia contra la mujer. La muerte de Eyvi sirve para llamar nuevamente la atención mediática sobre el tema, pero no lo soluciona. Solo nos recuerda que las leyes no son suficientes para detener esta espiral de crueldad, que se requiere más acción y cero indiferencia, que no debemos ceder espacio para que siga creciendo la lista de víctimas que, como Eyvi Ágreda, tuvo como único pecado el decir NO.

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