Las temibles bandas de 'marcas' siguen dando golpes en el norte del país.
Las temibles bandas de 'marcas' siguen dando golpes en el norte del país.

La inseguridad en Lima es una preocupación que ya no debiera necesitar de un nuevo arrebato, robo o asalto para entrar en la agenda urbana en calidad de emergencia. Es un tema que atañe tan directamente al ciudadano –sea de a pie o de auto– que basta voltear al lado, o poco más allá, para escuchar el relato de alguna víctima reciente de la violencia en las calles.

Hoy en día no solo predominan modalidades relacionadas al escapero de la vuelta de la esquina, sino también, desde hace pocos años, el cogoteo, el arrastre, el marcaje y similares, que han entrado al vocabulario cotidiano, sin que nada indique que su curva de incidencia vaya en descenso.

Es innegable que esta ola delictiva forma parte de un problema social de mayor amplitud y que no solo con la acción punitiva de las fuerzas de seguridad se solucionará. Pero con los asaltos a bancos cotizando al alza, el Ministerio del Interior tendrá que agilizar su agenda de relaciones públicas e imagen para demostrar que el fenómeno está bajo seguimiento y tiene su atención.

En épocas en que en las redes sociales promueven y celebran los videos en tiempo real –la matanza en Nueva Zelanda, con sus particularidades racistas, ha marcado un nuevo hito, que podría remontarse a la celebridad criminal en los tabloides de Bonnie and Clyde o al John Wojtowicz, que la película Tarde de Perros inmortalizó– es muy posible que los consabidos “cinco minutos de fama” que otorgan la disponibilidad de cámaras, smartphones, así como tuiteros de última y plataformas como Facebook, ávidas de consumo masivo e instantáneo, ajenas a cualquier regulación, estén creando una clase de delincuencia millennial que pronto tendremos que afrontar en su mediática magnitud.

El reciente asalto de un grupo de adolescentes en motocicletas a una agencia bancaria en la avenida Antúnez de Mayolo, en Los Olivos, deja a cualquier “Bebacho” en calidad de reliquia. Es hora de pensar una respuesta a un fenómeno que no solo compete a los encargados de resguardar el orden público, sino a cada padre de familia.

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