selección peruana
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El jueves, antes del partido, todo me emocionaba. Los pasajeros cantando “Contigo Perú” en el avión, los peruanos sitiando el aeropuerto de Ezeiza y dejando a los periodistas argentinos boquiabiertos, la gente coreando fuera del hotel en Buenos Aires para alentar a una selección que no era la favorita, pero tenía el favoritismo de los suyos. Enamoramiento puro. El jueves por la mañana los peruanos salían de sus casas, literalmente, con la camiseta puesta. Cantaban en el Metropolitano el otro himno nacional que selló la voz del Zambo Cavero. Publicaban fotos desde sus oficinas con la blanquirroja en el pecho. Las redes explotaban de entusiasmo. Las anécdotas y los chistes se multiplicaban. Era imposible resistir y no ser parte de esa euforia nacional. Bueno pues, ha pasado mucho tiempo para tener un equipo que juega y cumple sus metas como equipo. Una metáfora de un país que no somos, pero que podríamos ser.

¿Cómo conciliar esa unidad y algarabía del jueves pasado con las evidencias contrarias de cada día? El sábado pasado, en esta misma columna, destacaba que los estudios sobre corrupción muestran que 9 de cada 10 peruanos desconfiamos de todos –o casi todos– los demás peruanos. Nadie es de fiar, los políticos, los conocidos, los vecinos, los colegas, los socios, hasta una buena parte de los familiares. Algunos dicen que igual la sociedad funciona.

Claro, pero a qué precio. La desconfianza nos hace burocráticos, ineficientes, erráticos. Vivimos a la defensiva, divididos, miserables. Así, no hay pueblo que aproveche sus propias fortalezas. No exagero. El mismo jueves la gente pugnaba por llegar a tiempo a la pantalla y se cruzaban la luz roja, se peleaban en los cajeros de los supermercados, dejaban más sucias que de costumbre las plazas donde fueron a ver la contienda. Mientras corrían para corear por el Perú, una vez más, lo hacían añicos. No todos, felizmente. Antes del partido vi gente que se abrazaba como nunca, algunos choferes cedían el paso a los peatones, el rostro del ciudadano podía ser amable, bienintencionado.Vuelvo al fútbol. Al deporte que tiene la capacidad de convertir al público en naciones vivas. Para bien y para mal. En el Perú algo estamos ganando con estas Eliminatorias: esperanza, tenemos una esperanza compartida. Y más: la fantasía de que podemos actuar juntos, siendo parte, ahora sí, de un espíritu colectivo. ¿Cómo hacer para que la gente no se saque la camiseta pasados los noventa minutos? ¿Cómo hacemos para llevar esa pasión a otros ámbitos de nuestra pobre vida social? ¿Cómo, sin caídas, con incansable persistencia? Este martes volverá la fiebre colectiva. Tengo dos deseos: que ganemos y que la gente se quede con la camiseta puesta.

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