Pedro Pablo Kuczynski. (Perú21)
Pedro Pablo Kuczynski. (Perú21)

Un consenso ronda entre las diversas columnas de opinión de los diversos diarios del país. No importa la postura política del periodista. A esta altura todos decimos que el gobierno de PPK no está dando la talla y que eso es grave para el futuro inmediato del Perú. Hasta sus correligionarios se suman al apanado. Los líderes de la franquicia de Peruanos por el Kambio lo manifiestan gritando en los medios, indiferentes a cómo sus superlativas expresiones de frustración golpean a su gobierno. Y los ciudadanos no son menos pacientes, lo dicen las encuestas. La popularidad del Gobierno se dirige en picada al piso y no existen expectativas positivas para lo que viene después: más de dos tercios, según Datum, no creen que el Gobierno tenga un mejor desempeño en el próximo año. Estamos tan acostumbrados a no estar de acuerdo en los temas nacionales que deberíamos celebrar este infeliz y amplio consenso nacional.

Las opiniones que descalifican al Gobierno, no solo al presidente, no son caprichosas, vienen relacionadas a i) la sensación de que la economía está estancada, cuando lo que se esperaba de este Ejecutivo era una auspiciosa reactivación, y ii) la percepción de que la inseguridad en las calles es creciente, a pesar de los impactos que Interior viene produciendo contra la delincuencia organizada. Inclusive los sectores empresariales, que se supone deberían ser pro gobierno tecnocrático, están algo más que inquietos. No es casual que la próxima CADE –de fines de noviembre– trate sobre el desafío de integrar por fin la economía con la política, pues está claro que no hay desarrollo sostenible sin instituciones políticas solventes ni democracia saludable sin un reconocido progreso en la vida de los ciudadanos. Cuando Kuczynski asumió el mandato gubernamental, se esperaba que liderara algunas reformas claves en el Estado –a pesar de la composición del Congreso– y algunos cambios de timón en las políticas sociales. No debería sorprendernos, entonces, la deflación de su popularidad.

Sin embargo, la curva decreciente de aprobación de esta gestión es la misma que la de los presidentes anteriores: Toledo, Humala y García también navegaron con el agua al cuello. Y la profunda desconfianza con la que los peruanos evalúan a todos los políticos es igualmente deprimente. Acaso lo que sucede con Kuczynski es que no se le perdona la sensación de que la nación esté paralizada cuando podría aprovecharse su solidez macroeconómica y la creciente e imparable demanda contra la corrupción. Hay algo en el descuidado liderazgo del presidente que enciende la mecha. Se le siente demasiado displicente ante la impaciencia popular. Se puede tolerar la esperada negligencia gubernamental, pero no la falta de urgencia.

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