‘Vacío Museal’ en el MAC: Una muestra que recopila medio siglo de museotopías peruanas. (USI)
‘Vacío Museal’ en el MAC: Una muestra que recopila medio siglo de museotopías peruanas. (USI)

En el MAC está la exposición Atopia, Migración, Legado y Ausencia de Lugar. Reúne a 22 artistas europeos y americanos de la colección Thyssen-Bornemisza Art Contemporary. Son trabajos que proponen una reflexión alrededor de las precariedades sociales y políticas que vivimos en nuestras sociedades. Atopia llegó a Barranco, invitándonos a transitar por las paradojas que plantea.

Los visitantes rodean inmediatamente la chamba de los artistas cubanos Los Carpinteros (vean sino Instagram). Es un muro levantado en medio de la sala del museo que acaba de recibir un golpe de algo que no vemos, pero que ha sido tan fuerte que ha provocado un forado. El instante está congelado y los pedazos de ladrillo y concreto están suspendidos en el aire. Busca impresionar y lo hace. Entonces uno piensa en lo que sucedió hace más de medio siglo con la Revolución cubana, esto es, con un levantamiento popular que inicialmente reivindicó la democracia y terminó sometido a un dictadura familiar. Una isla empobrecida y disminuida hasta el sinsentido. Una larga revolución inconsecuente es una traición camuflada en retóricas autosuficientes y ensimismadas.

Las obras del colombiano Alex Rodríguez y del peruano Santiago Roose van por allí. La primera cuenta sobre una escuela de Cali que tuvo un inicio auspicioso y buscando crecer malversó recursos públicos para su infraestructura cuando debían estar destinados al servicio educativo. Al quebrar la institución, el edificio quedó inconcluso convirtiéndose en una metáfora sobre las aspiraciones colectivas frustradas. La instalación de Roose remite a algo semejante: a nuestro desarrollo no planificado, a nuestras arquitecturas (sociales) levantadas espontáneamente y al ritmo de invasiones y marchas, a nuestro (des)orden social configurado desde la ausencia de bien común. Perú: donde cada quien avanza como puede sumándose a esta sabrosa mixtura cultural que nos caracteriza, a estas superposiciones sociales en las que vivimos a la defensiva hasta que un gol rompe –un ratito– el maleficio para volver luego a la misma división y precariedad nacionales.

El resto de la exposición hace lo propio. Obliga al espectador a completar las obras en un doble movimiento: entender qué quiso decir el artista y permitir que nuestra mente vuele hacia sus propias referencias. La documentación de J. de Andrade da cuenta del desprecio del mundo urbano hacia el rural y la instalación de Rivane Neuenschwander es un muro de los deseos compartidos que el público renueva en cada visita. Por último, el calmado documental de los suecos C. M. von Hausswolff y T. Nordanstad sobre la vida de los mineros artesanales nos lleva con cariño al interior de un universo duro e implacable. Y hay mucho más. Bien decía Humberto Eco: el artista propone, el espectador completa la obra, haciéndola, desde sus propios intereses, suya.

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