PPK
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El país está paralizado. Lo diré mejor: todo aquello que está relacionado con el Gobierno, en el Estado y la sociedad, está detenido. Todos estamos esperando que se ejecute lo inevitable: la salida de PPK de la Presidencia.

Hasta sus partidarios reconocen que ha perdido legitimidad política, aunque no es a ellos a quienes les toca suscribirlo. En apenas un año y medio, Kuczynski ha hecho todo lo que tenía que hacer para demostrar que no estaba a la altura del desafío gubernamental. Y no hablo de las grandes reformas institucionales y sociales pendientes o del reimpulso de nuestra economía; hablo de lo elemental, es decir, mantener el timón firme para que esta democracia venida a menos no sucumba por sus propias taras.

Presupuestos que no se aprueban. Desembolsos que no se realizan. Decisiones que se postergan. Compromisos que se retrasan. Así está el aparato público mientras los políticos deshojan margaritas ante un nuevo intento de vacancia después de haberse quemado, los unos y los otros, en el anterior. En las desprestigiadas alturas predomina la incertidumbre pues en el juego de la tómbola es difícil saber cuál es el ticket que conviene. Bueno fuera que sus conversaciones detrás del escenario sucedieran pensando en el país. Están calibrando por sus pellejos mientras temen que las alianzas que están tejiendo hoy no se respeten mañana. Tal vez esta parálisis sería menos dramática o más parecida a las anteriores –en los últimos gobiernos tuvimos coyunturas semejantes– si no tuviera esta cuota de desesperanza que se respira en las calles. Mientras vemos caer a grandes empresarios, a políticos de derecha e izquierda, a funcionarios y activistas sociales, no se vislumbra por dónde puede venir el recambio generacional. Y cuando digo “recambio generacional” no aludo necesariamente a una nueva promoción de jóvenes sino a la emergencia de nuevas ideas, nuevas propuestas, nuevas formas de hacer las cosas que permitan romper con esta miserable inercia que nos lleva a prestarle atención a noticias repetidas y eventos públicos sin ninguna importancia estratégica.

Creo que los políticos nos representan bien. Encarnan los vicios que lucimos dentro y fuera de casa: tolerancia a la corrupción, egoísmo empecinado, indisciplina sostenida, improvisación, oportunismo, etc. Nuestros políticos vienen de nuestra propia comunidad y los premiamos votando por ellos. No hay más. Pero los políticos que necesitamos deberían representar nuestras aspiraciones. No lo que somos sino lo que queremos ser. Necesitamos políticos transgresores y directos. Políticos que rediseñen con coraje las reglas institucionales y las practiquen indesmayablemente. Políticos que gestionen nuestros recursos con sentido táctico y estratégico. Necesitamos provocar una nueva época. Una sociedad donde la energía de la gente esté puesta en aprovechar las oportunidades que la misma sociedad genera.