El presidente Martín Vizcarra respondió a las críticas a los proyectos de ley presentados por el Ejecutivo para convocar a un referéndum. (Foto: USI)
El presidente Martín Vizcarra respondió a las críticas a los proyectos de ley presentados por el Ejecutivo para convocar a un referéndum. (Foto: USI)

Es la primera vez que a la cabeza de la oposición, ahora Keiko Fujimori, se le percibe con más poder que al presidente de la república. Y ella tiene 80% de desaprobación ciudadana. Tampoco se había visto en años anteriores que, para la gente, el Congreso tuviera más poder que el Gobierno. Y el Legislativo ya tiene más de 70% de rechazo popular. Casi todas las cifras de la encuesta del poder de Datum publicada esta semana son así de alarmantes.

Si a alguien le preocupa la posibilidad de que el país termine realmente colapsado en la próxima crisis política, debe revisar los resultados del sondeo con verdadero sentido de urgencia.

A diferencia de la encuesta del poder de Ipsos, que se aplica a personas influyentes en la opinión pública, la de Datum da cuenta de la percepción de los peruanos en todo el país, urbano y rural. Por eso merece un análisis distinto. Lo que indica es algo más o menos obvio: Martín Vizcarra es un mandatario con un liderazgo nacional precario, apenas el 23% de encuestados le reconoce poder. Y esta cifra palidece aún más ante el 55% que tuvo PPK en el primer año de su gestión y el 40% que tuvo en su segundo año poco antes de caer en desgracia. Si el presidente quiere revertir esta debilidad (solo el 3% dice que cree en su palabra), va a tener que llevar hasta las últimas consecuencias las promesas que hizo en Fiestas Patrias y que recibieron ese unánime respaldo en nuestra escéptica opinión pública.

Hay más. Un 63% de peruanos no cree en ningún político. Y la mitad no reconoce a alguien influyente al lado del presidente ni distingue a algún empresario relevante en el mapa del poder. Que Mario Vargas Llosa sea el único intelectual destacado para los peruanos habla de la profunda desconexión del mundo académico nativo con el país. Esta es una orfandad total. El nuestro es un país descabezado por obra y gracia de nuestras élites políticas, económicas y profesionales.

Lo que la gente ve, básicamente, es negligencia y descaro en la manera de gestionar el Estado y los principales núcleos de decisión del país. No es casual que las pantallas estén inundadas de corrupción, desamparo y violencia. Y que la temporada electoral actual sea tan fría y aburrida. Pareciera que la vida sigue igual, pero este silencioso hartazgo es olímpico. El viejo escepticismo público ha alcanzado, pues, niveles históricos sin precedentes. Nada más peligroso que esto.