El Fiscal Domingo Pérez se refirió así a las declaraciones pública que hizo el congresista Miguel Torres. (Foto: USI)
El Fiscal Domingo Pérez se refirió así a las declaraciones pública que hizo el congresista Miguel Torres. (Foto: USI)

Héroe es alguien que destaca en su comunidad por una hazaña realizada. Para muchos peruanos, Richard Concepción Carhuancho y Domingo Pérez calzan en esa definición. La avalancha de memes, reportajes televisivos, correos del corazón en los tabloides, entre otras manifestaciones jocosas, así lo evidencian. Su hazaña consiste en confrontar la corrupción de los políticos, esa corrupción contra la cual venimos despotricando hace tantos gobiernos. Ciertamente, la gente no empata con las consideraciones formales del debido proceso, solo le importa que los impunes prueben, por fin, el sabor del castigo justiciero.

Esto es inusual. Ver a Keiko Fujimori, la peruana más poderosa según las encuestas del mes pasado y las más rechazada en la semana previa a su debacle, caminando, esposada, hacia la cárcel, era inimaginable para ese pueblo que ya no espera nada de nadie. Verla junto a sus colaboradores, acorralados y disminuidos, todavía debe resultar inverosímil para esos seguidores que celebraban sus actitudes achoradas.

Pero la definición de héroe dice más. Habla de un sujeto que está inspirado por ideales. No sé si la gente los percibe así. Tengo la impresión de que su gesta tiene, más bien, un contenido reivindicativo. No están en juego grandes valores, sino viejas revanchas. Un antiguo hartazgo colectivo. Un desamparo público imperdonable. Y es paradójico que esta reivindicación provenga del trabajo de dos funcionarios que forman parte de la institucionalidad más desprestigiada, la judicial. O será precisamente por eso que la sorpresa es tan grande, porque desde los tribunales solo podíamos esperar la perversión de Los Cuellos Blancos.

La etimología de la palabra héroe es antigua. Refiere al semidios griego, al hijo de un dios y un ser humano. Así, se espera que los héroes destaquen sobre los demás mortales sin dejar de ser mortales. Su aura es única, irrepetible, pero al mismo tiempo es efímera, como todo en la vida. Por eso, exaltarlos puede desnudar, también, su talón de Aquiles. Nada más peligroso para el emprendimiento que la vanidad; nada más pernicioso para la concentración que requieren las grandes misiones que la popularidad.

Cuando celebremos la actuación de Concepción y Pérez, debemos recordar que son tan frágiles como cualquiera de nosotros. Más aún, debemos saber que el merecido respaldo que les ofrecemos hoy, puede ser, si no lo manejan bien, una terrible condena.