Alcalde Jorge Muñoz presidió el Primer Consejo Descentralizado de Seguridad Ciudadana. (Anthony Niño de Guzmán/GEC)
Alcalde Jorge Muñoz presidió el Primer Consejo Descentralizado de Seguridad Ciudadana. (Anthony Niño de Guzmán/GEC)

El nuevo alcalde metropolitano no ha esperado en el partidor. Jorge Muñoz comenzó su gestión inmediatamente después de las elecciones: I) tejiendo alianzas con el Ejecutivo y algunos sectores especializados en el desarrollo urbano, II) subrayando cuáles serán sus prioridades de gestión y III) señalando con claridad sus observaciones a la administración saliente.

Parece que no lo hizo mal. Según las últimas encuestas, su popularidad se incrementó por encima de los veloces votos recibidos en octubre.

Ciertamente, el nuevo mensaje municipal responde a la demanda ciudadana: más seguridad, mejor transporte y lucha contra la corrupción. Sin embargo su mensaje coloquial ha sido más fuerte. Ha dicho que Lima será una metrópoli para caminar. Lo dijo después de trasladarse en bicicleta desde su casa, en Miraflores, hasta la plaza de armas. El símbolo es inequívoco.

Afirmar que nuestra caótica urbe debe reorganizarse a escala humana invita a una revolución cultural. La nuestra es una ciudad de ciudades estructurada en detrimento de los espacios compartidos y los flujos amables. Así que quienes están de acuerdo con este “orden” no tardarán en manifestarse.

Desde los vecinos que defienden la exclusividad de sus barrios hasta los choferes que deploran la importancia que vienen adquiriendo los peatones y ciclistas, además de las mafias que ganan con todo este miserable caos. Los enemigos de esta visión no pueden entender que una ciudad donde se puede caminar es una ciudad segura, acogedora, abierta a la creatividad de sus habitantes. Y viceversa. Una calle tomada por los vecinos es una calle que ahuyenta a los delincuentes; en cambio, un barrio enrejado es un barrio paranoico. Y una casa amurallada es un hogar aislado, es decir, más vulnerable. Existen demasiados casos de éxito en el mundo que muestran la pertinencia de esta visión.

Pero todo esto demandará no solo un fuerte liderazgo municipal sino, principalmente, el involucramiento de los ciudadanos, tan demandantes y, a la vez, tan displicentes. No se puede transformar una polis en poco tiempo si no se inyecta en la gente un sentido de urgencia proporcional a los problemas que clama por resolver. Esto será una guerra cultural. No tomarlo así sería un gran error. Y las guerras políticas se ganan con correlaciones sociales amplias y populares. Como siempre.

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