Una Lima y un alcalde venidos a menos. (CésarCampos/Perú21)
Una Lima y un alcalde venidos a menos. (CésarCampos/Perú21)

Algún despistado podrá pensar que el aniversario de Lima pasó inadvertido el jueves pasado por la llegada del Papa. Pero si el alcalde estuviese volando por lo alto en popularidad –como era antes su envidiable costumbre–, no habría dejado pasar la oportunidad de asociar la santa visita con la fiesta de cumpleaños de la cuidad más antigua de Sudamérica. Pero el alcalde metropolitano está a la defensiva, desconcertado, venido a menos. No exagero.

Su principal problema no son los decepcionantes puntos que las encuestas le otorgan. Su desgracia tiene que ver con la sucesión de frustraciones que su actual gestión viene coleccionando. La mayoría de sus proyectos están parados, retardados o, sencillamente, seguirán siendo parte de su colección de maquetas (Ramiro Prialé, Línea Amarilla, El Derby, Vía Expresa Sur, ampliación del Metropolitano, etc.). La Lima que gestionó la década pasada es otra y no puede con ella: está colapsada, es más mesocrática y tiene influyentes núcleos “hipsters”.

A sus frustraciones en el rubro de la construcción se suman sus problemas mediáticos provocados por serias negligencias fiscalizadoras y administrativas. Solo en el último año: protestas en peaje Puente Piedra, incendio en tugurizado almacén Nicolini, desplome del puente Solidaridad, rajaduras en el cruce de 28 de Julio, accidente mortal en el turístico San Cristóbal y confrontación con la municipalidad de San Isidro y el Minam por injustificada ampliación en Aramburú (y antes en Salaverry). Además, no se entiende por qué provoca iniciativas como Habla Castañeda cuando toda esa información debería ofrecerse en las sesiones del Concejo (!). Encima la Fiscalía lo ha sumado a las investigaciones sobre Odebrecht.

No sabemos qué le duele más a Castañeda. Si la ausencia de legado, la deflación de su imagen pública o la futura comparación con su antecesora.

Uno esperaría que en la balanza personal de todo político la trascendencia cívica sea lo más importante, pero podemos imaginar qué es lo que más le molesta. El hombre que aparecía con casco de constructor en su despacho de alcalde, la autoridad celebrada por los limeños que apenas balbuceaba sus mensajes, el político que movía con discreción sus fichas apuntando a propósitos nacionales, ahora se luce a la complicada altura de la alcaldesa que vilipendió hasta el hartazgo.

Al finalizar la tercera gestión metropolitana de Castañeda Lossio, Lima sigue igual –o peor– de caótica, fragmentada, sucia, peleada, huérfana y, lo que es peor aún, sin esperanzas. Castañeda creyó que repitiendo la fórmula anterior la hacía linda, pero nuestra ciudad ya no necesita solo escaleras y cruces de desnivel sino, radicalmente, un rediseño total de su forma de vida.

Ha sido, pues, un aniversario indigno, sin celebraciones musicales, sin excusas para que los vecinos dejemos de tratarnos como enemigos.