La brecha entre los actores políticos y la gente parece insalvable. Las encuestas muestran que la desconexión entre los electores y los principales partidos –y sus candidatos preferenciales– no tiene remedio. Después del cierre de un Congreso ampliamente rechazado y a una semana de las elecciones, la mayoría no sabe por quién votar ni parece importarle. Acaso nada ni nadie entusiasma lo suficiente. Acaso la ausencia de la política nacional en su vida no amenaza ninguna de las cosas que realmente interesan. Una tragedia sin aspavientos.

El primero entre las minorías es Acción Popular. Un partido gerontocrático que presenta una lista de desconocidos y carente de propuesta relevante. Le sigue el Partido Morado, nuevo entre los nuevos, que viene recogiendo los frutos de un trabajo de promoción nacional y que ha reforzado su posicionamiento gracias al rechazo de anticaviares y antifujimoristas. La tercera minoría es la fujimorista, una organización venida a menos, que vive a la sombra de un caudillo y una lideresa que hicieron lo necesario para perder el aura popular que alguna vez lucieron. Y luego siguen los demás, minúsculos entre minúsculos. Cabe destacar el ocaso del aprismo, la bochornosa despintada de Solidaridad Nacional y la vuelta a la realidad de las izquierdas, atomizadas en sus capillas, intensas en su autosuficiencia y sectarismo.

Lo que viene esta semana es una gran improvisación colectiva. Cada quien decidirá su voto a última hora, siguiendo a la radio bemba, no a los medios tradicionales ni a los voceros oficiales. Y tal como viene sucediendo desde que predomina el mal menor, la gente construirá de forma colectiva, mientras hace cola, las proyecciones simbólicas que justificarán un voto desconfiado y harto de la polarización, que desea cambios significativos y no espera nada de la oferta política convencional.

Con la alta frecuencia de indecisos, las encuestas no pueden predecir la futura composición de bancadas a una semana de las elecciones. Tampoco el ranking del voto preferencial. No se deje engañar. Lamentablemente los peruanos sabemos lo que no queremos, pero no sabemos lo que buscamos. Sabemos a quiénes rechazamos, pero carecemos de liderazgos que expresen nuestras inquietudes comunes y estén a la altura de los desafíos de una república perdida en su deslucido bicentenario.

TAGS RELACIONADOS