Keiko Fujimori llegó a la audiencia de pedido de prisión preventiva en su contra.
Keiko Fujimori llegó a la audiencia de pedido de prisión preventiva en su contra.

Nunca la expresión “castillo de naipes” había resultado tan expresiva como ahora que Fuerza Popular se hace trizas. Cuando PPK renunció, el poder del fujimorismo parecía arrasador. Un organismo capaz de forzar la salida del presidente y negociar los nuevos términos con su reemplazo hasta 2021, era mucho más de lo imaginado al día siguiente de las últimas elecciones nacionales cuando Keiko Fujimori se negó a saludar a Kuczynski. Pero la sucesión de sorpresas de este año ha demostrado que, detrás de esa fortaleza política, existía una gran fantasía. Parecido sucedió con su padre.

Los críticos del fujimorismo somos diversos y no compartimos necesariamente las mismas razones y emociones. Pero coincidimos en algo: la tradición fujimorista ha sido, y sigue siendo, autocrática. Apelando a la demanda popular por liderazgos imperativos, reforzó su versión más conservadora. Avanzando como una probable opción de gobierno, no supo gestionar su creciente poder institucional. Si hoy están en esta crisis plagada de oportunismos y deslealtades mutuas, es porque Keiko y su equipo han hecho gala de una negligencia política suprema. No escucharon las críticas ni quisieron ver las señales de un deterioro que cultivaron voluntariamente en los últimos meses. Peor aún, han demostrado que no son una opción política ni siquiera para gran parte de sus seguidores. El juego les quedó grande.

Pero mal haríamos en creer que la corrupción se acaba con ellos. Se debe reconocer que, oponiéndonos al fujimorismo, en estas dos décadas dimos lugar a otros corruptos –o negligentes– con nuestros votos. Los gobiernos que siguieron al fujimorato no han sido mejores: nuestras instituciones políticas son pésimos remedos de integridad y democracia, nuestros políticos han batido todos los récords del desprestigio nacional, nuestras aspiraciones ciudadanas se hacen en cada periodo más cínicas, calculadoras y penosas. La crisis actual es una obra colectiva.

La caída de esta versión del fujimorismo no traerá la caída definitiva de la corrupción institucional ni del patrimonialismo público. Menos aún, la renovación del sistema político. La brecha entre gobernantes y gobernados es ahora más grande. El ocaso del keikismo, junto a los destapes de Lava Jato y el CNM, es un síntoma más, acaso el más impresionante, de la mediocridad que pinta a gran parte de nuestras élites nacionales. No hay mucho que celebrar. Esto no es nada.