Ciudadanos marcharán por tercera vez este mes contra la corrupción en el sistema de justicia. (Renzo Salazar/Perú21)
Ciudadanos marcharán por tercera vez este mes contra la corrupción en el sistema de justicia. (Renzo Salazar/Perú21)

Ser peruano es una experiencia de extremos. Todo bien o todo mal. Un día gritamos “vamos por más” y al siguiente lamentamos que la podredumbre nos ahogue. Tenemos buenas razones para ambos extremos, ciertamente. Pero esta dualidad no es nueva.

Hace una década, los ejecutivos de una bebida muy popular me llamaron para resolver una inquietud. Habían encargado grupos focales en todo el país para conocer cómo nos vemos los peruanos. Pero los resultados les eran incomprensibles. La mitad de los participantes decía que los peruanos somos trabajadores y la otra mitad, flojos. Y después: correctos y corruptos, serviciales y egoístas, pacíficos y violentos. Los ejecutivos no encontraban cuál podía ser esa cualidad a la que la bebida de sabor nacional debía engancharse para continuar siendo ese emblema de identidad y orgullo nacional.

Entonces, nos concentramos en leer las transcripciones de docenas de grupos focales. Y repasar nuestra propia calle. Así encontramos un hilo que jalamos lenta e impacientemente: cuando los peruanos hablamos con cariño de nosotros, solemos referirnos a nuestra cotidianidad; es decir, a la vida con los familiares y amigos, los colegas del trabajo y los compañeros de estudio. Y cuando despotricamos contra el Perú, aludimos generalmente a las grandes experiencias colectivas: la economía, la historia, la política, el Estado.

Es verdad que esta disociación es mucho más antigua. Y perversa. Tiene que ver con el carácter inconcluso de una comunidad nacional desintegrada, subdesarrollada y desigual, donde lo público está destruido y cada quien vela, entonces, principalmente por los suyos. Tiene que ver con nuestros vínculos excluyentes, tan clasistas y racistas. Y también está relacionada, paradójicamente, a una tradición cultural ecléctica y a una biodiversidad contundentes. Nos define la pluralidad y la fragmentación, la inercia y la posibilidad.

Nunca sé cómo celebrar las Fiestas Patrias. Si con la bandera al tope o a media asta. Luego pienso en los miles de miles de peruanos que trabajamos duro y no perdemos la esperanza. En los funcionarios comprometidos y en los ciudadanos honestos. En las mujeres que no callan. En los jóvenes insensatos. ¡No podemos dejar que las mafias apaguen nuestra esperanza! Que no nos gane la división y el hartazgo sino la terquedad y la esperanza. ¡Felices fiestas, amigos!