(Foto: Getty)
(Foto: Getty)

La doctora nos dijo que le quedaban seis meses de vida. Las semanas anteriores lo habíamos llevado a diversos especialistas y ninguno daba en el blanco, incluido un siquiatra que le diagnóstico una depresión clínica. Por fin en esa cita entendimos por qué estaba tan callado. El cáncer lo había enmudecido en todos los sentidos.

Tenía poco tiempo. Tenía muchas preguntas que nunca le había hecho. ¿Por qué te peleaste con el abuelo? ¿Y por qué dejaste de ver a tus amigos? Además de las polcas y los tangos que siempre cantabas, ¿cuáles están en tu lista de toda la vida? ¿Cuáles son tus colores preferidos? ¿Y qué flores te gustan más? ¿Qué quisieras hacer, sí o sí, en estas semanas?

Nuestras últimas conversaciones fueron lentas, repletas de pausas y silencios. Me costaba verlo así, apagándose, triste. Toda su vida había sido enérgico, para bien y para mal. En el baile y en su chamba, en casa y en el tráfico de Lima. Ahora, cuando me veo al espejo y miro mi torso cuadrado, me siento en él. Cuando miro mis rodillas, son sus rodillas. Cuando pierdo los papeles, reboto en ti. Desde que no estás, viejo, te recuerdo de esta forma extraña. Huelo como te olía cuando era pequeño. Mi aliento es tu aliento al lavarme los dientes por las mañanas.

Un mes antes nos fuimos los tres a Cañete; mi mamá, tú y yo. Pero esta vez era yo quien manejaba hacia la antigua tierra de los algodonales. Al muelle de Cerro Azul, desde donde te lanzabas para cruzar la playa nadando. A Imperial, para recorrer sus caóticas calles llenas de tiendas, bares y restaurantes. A San Luis, a almorzar el infaltable chupe de camarones de todos los veranos. A San Vicente, donde encontramos al ‘Gorrión’ y la ‘Gringa’, tus queridos amigos del barrio, tan cariñosos, tan divertidos y, en ese viaje de despedida, tan viejitos como tú.

Te fuiste antes que tu corazón, que siguió latiendo un par de días después. En el velorio dispusimos alegres arreglos florales, una playlist interminable con los éxitos de Gardel y cerramos el cajón para cuidar tu inocultable vanidad.

Adelante colocamos esos retratos donde se te ve coqueto como siempre; de adolescente con la abuela Antonia y el tío Adolfo, luego casándote con Chelita y, al final, con toda tu tropa de hijos y nietos. Cuando era chico no quería ser como tú. Ahora te extraño, otra vez, en silencio.

TAGS RELACIONADOS