Congreso reanuda debate sobre la cuestión de confianza. (Anthony Niño de Guzmán / GEC)
Congreso reanuda debate sobre la cuestión de confianza. (Anthony Niño de Guzmán / GEC)

Atender las noticias políticas de la semana significa volver al mismo cuento. Mediocridad. Oportunismo. Corrupción. Cuando leo a los analistas políticos que deshacen con nuevas hipótesis la basura acumulada en el escenario público, levanto las cejas hasta el cielo. Pero la sorpresa pasa rápido y vuelvo a las constataciones más elementales: nuestra clase política persiste en su camino hacia el descalabro y la ciudadanía responde a eso desconectándose radicalmente. Una raya más el tigre.

Cómo aguantarlos. Postulan para aprovecharse de los recursos públicos. Invocan a la democracia para ocultar sus propósitos ensimismados. Distraen. Enojan. Hartan. Encima creen que su palabra vale algo. Hablan en la radio como buenos, declaran evidenciando sus posturas inconsistentes, su falta de solvencia ante la cosa pública. Los políticos nos ofrecen discursos vacíos. Insignificantes.

Bueno fuera que la displicencia ciudadana los hiciera reaccionar. O, en el otro extremo, que anduvieran peleando sin afectar el curso de un país ansioso, urgido, luchador. Pero, al inundar las primeras planas, opacan el inmenso esfuerzo de miles de miles de funcionarios que se rajan día tras día. Burócratas que repelen la coima, que hacen carrera pública en serio, que desarrollan soluciones en silencio, haciendo posible que el país ande, porque, a fin de cuentas, el país anda.

Para hacer política de verdad hay dos imprescindibles: vocación de servicio y una misión más grande que el narcisismo que evoca todo ejercicio de poder. Claramente, la gran mayoría de nuestros políticos y políticas carecen de ambas cosas. Nuestros representantes insisten en incinerar los restos de esperanza de la gente. Y cuando pensamos que ya no queda nada por fregar, vuelven a la carga y le meten más desgracias a la sociedad que sobrevivimos.

Es una pena que tengamos que orientar nuestra vocación comunitaria lejos del sistema político. Qué desdicha que no podamos cambiar el mundo sino nuestro pequeño mundo. Peor es nada.

Enfoquemos nuestra energía en transformar la familia, la cuadra, la chamba. No bajemos la guardia. Los cambios de época vienen muy lento, desde abajo. Cuando se dice que el Perú es más grande que sus problemas, se está aludiendo a la energía de peruanos y peruanas que trabajan, lejos de los reflectores, por una comunidad mejor. Allí está nuestra hermosa vitalidad. Nuestro futuro.

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