(RenzoSalazar/Perú21)
(RenzoSalazar/Perú21)

Algunos analistas, citando importantes estudios latinoamericanos, sostienen que un factor que aún no se cumple para hacer efectiva la vacancia presidencial es la protesta popular. Todos los ingredientes estarían a la mano menos esas manifestaciones callejeras que paralizan ciudades y conmocionan a la opinión pública. Los políticos, conscientes de su precaria representatividad, no empujarían la expulsión a menos que el pueblo los empuje a ellos. Sin embargo, las señales de estas semanas sugieren que no será la primera vez que el Perú marque tendencia.

PPK estuvo a punto de ser vacado en diciembre mientras la gente hacía compras navideñas y celebraba el final de un año poco generoso. Si la vacancia no procedió fue porque existió una coincidencia decisiva entre dos ancianos que buscaban su propia salvación y no, obviamente, para proteger la gobernabilidad. La tormenta política solo sucedió en las alturas. Y subráyese esto: las masas no salieron a marchar ni a favor ni en contra de nada.

Ahora se viene un segundo intento de vacancia. Las bancadas de izquierda la promovieron al margen de la vibración popular. Las motiva una apuesta política más o menos delirante: quieren llevar al país a un escenario de perturbación social donde haga sentido escribir un nuevo contrato social. Pero ellos y ellas tienen el mismo nivel de convocatoria social que el resto de partidos o alianzas políticas, es decir, cero. La clase política, desconectada de un pueblo desconectado de ella, se está jugando su pellejo en el corto plazo pues sabe que la ciudadanía no espera nada de ella. Lo suyo es la improvisación de ciertas correlaciones políticas que les permitan pasar piola ante los destapes de corrupción –que alcanzan a todo su espectro– y la irrenunciable participación en las próximas elecciones regionales y locales. De nuevo, su cálculo no tiene que ver con el país sino con su sobrevivencia.

Mírense las cifras de la última encuesta de Datum publicadas en Perú21. Para la gente, PPK ya está vacado. Y toda la oposición. Y una buena porción del empresariado y los líderes de opinión. El fujimorismo está en cuidados intensivos y el resto de ‘partidos’ son cascaras vacías, zombis que funcionan como franquicias electorales. Mientras tanto, los siguientes no están mejor. Barnechea usufructúa un logotipo anacrónico, Guzmán tiene que probar todavía muchas cosas y Mendoza es la cara de un archipiélago en guerra permanente. Digamos que la vacancia es, en realidad, una amenaza para gran parte de la clase política. La gente no necesita marchar, solo respira fuerte esperando el final de este triste capítulo. Da igual si Kuczynski pierde o no la banda presidencial esta semana, para la mayoría de peruanos ya no es suya.

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